18 enero 2006

Yo, que como el mismísimo Newton, ando habitualmente debajo de los manzanos a ver lo que ocurre, paso mucho tiempo sólo. A veces veo a gente y hablo con ellos y sigo sólo. A veces mi ánimo me eleja de todos aquellos que pudieran acercarse en un intento por recuperar la conversación que tuve... Y ahí descubro la clave. Conversar. Consigo mismo. Con cada trozo de tierra, que abro y revuelvo intentando entenderle las entrañas, como si fueran auspicios de mi vida futura. Con cada hoja y cada árbol, reconociendo su color y su existencia, su papel en este ensayo continua que nunca llega a escena. Con cada objeto, cada herramienta, que me descubre la ruindad de nuestro origen y la luminosidad de nuestro ingenio cuando se trata de aligerar el esfuerzo.Y converso con todos ellos de forma generosa; pero no se lo permito al ser humano, al que le exijo que sean capaces de usar la conversación para comprender, para conocer, porque ¿cabe otro sentido en una conversación que no sea el de la comunicación? Yo no sé cómo lo consigo, pero estoy agotado de "conocer" lo que ahora aprendo. Y es que he descubierto que siempre fui un "gran" (en la cantidad) conversador y he caído en una pereza absoluta.
He leído hace poco que la ciencia era una conversación con la Naturaleza mediante la experimentación, un diálogo de provocaciones entre el ser humano y el cosmos en el que ambos implican su futuro. Yo no soy científico, pese a mi paseo bajo los manzanos, pero creo haber entendido que ambos, científicos y conversadores, mantienen puntos en común cuando se dejan llevar por lo que les cautiva... la imaginación y la metáfora, el olfato para lo contradictorio y lo incompleto, la afición por las convergencias ocultas, más interés por las preguntas y las negaciones que por las respuestas y las afirmaciones, alegría por el cambio (incluso si afecta a la propia opinión), pánico al aburrimiento, afición por la discrepancia y... disposición a reírse de uno mismo. El científico y el conversador creen en la conversación y, para ellos, el interlocutor es un lujo. Gracias por permitirme el lujo.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

animula vagula blandula...

Anónimo dijo...

... Y recoge hasta que el tiempo y los tiempos
acaben las plateadas manzanas de la luna,
las doradas manzanas del sol.

Anónimo dijo...

Después de comprobar cómo todo intento de diálogo con el mundo acaba en el monólogo sordo de piedras, palos, cuchillos, látigos, el Cándido de Voltaire traduce su voluntad de expresar y entender el mundo en el más dialogante cultivo del propio jardín. Necios del tipo que crían malvas en el cerebro ya en vida, necios con la posibilidad de recorrer el mundo e influir en su funcionamiento a poco que la ley del lugar adecuado y el momento preciso les de pie. Alumbró esa rara luz negra peter sellers bajo la piel de aquel mr. chance que llega a ¿presidente? de un país, apenas un idiota cuya simplicidad es confundida con un inefable don de la parábola. Uno desearía a algún granjero metido a líder mundial atado a la mesa de un invernadero donde el único efecto de su obtuso entender fuera provocar que los tomates maduraran más rápido a fin de dejar de verle cuanto antes. Con las manzanas se hace compota o leyes gravitacionales. El mundo sería mejor si cada uno supiera bajo qué árbol ha de tenderse. Que es otra forma de decir que la sombra que te cobija es sin duda buena para ti, pero un desperdicio, una reducción de las macetas fiables en que guardarnos, para el resto.

Anónimo dijo...

Aunque tampoco soy científico ni siquiera un gran conversador me animo a pasear contigo bajo los manzanos para descubrir que cualquier diálogo con la "naturaleza", sea esta del tipo que sea, sólo admite una forma: la del triángulo, cuyo tercer lado es el otro que asiente, discute, niega o simplemente encoge los hombros. El lujo es mío, amigo.