30 enero 2006
La temperatura del escrúpulo
El cazador es de natural pacífico y le repugna, por ejemplo, el sacrificio a sangre fría de las aves de corral. El fenómeno natural de la muerte, le trastorna. Pero con la caza es distinto. El cazador jamás caza a sangre fría. Las perdices se la calientan de inmediato; le basta el primer vuelo, el desafío inicial. Todos los esfuerzos que seguidamente realiza el cazador van encaminados a abatirla. La persecución, ladera arriba, en agotadora caminata, va avivando en él un instinto de crueldad que llegado el momento decisivo no le permite vacilar sino, si es el caso, precipitarse y pensar: “paga tú por todas”. –Delibes, la caza de la perdiz roja.
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