Paradójicamente,
la expansión de Internet por el mundo, el ojo cristalino de esa cámara puesto
sobre cada rincón, va paralela a la forma no menos transparente con que el
poder clama en voz alta lo que espera de aquellos a los que domeña o subvenciona,
y sucede en los más opuestos de los modelos posibles: si en China, el partido
comunista viene de anunciar la prohibición de libros que promuevan los valores
occidentales, y la de difamaciones de líderes del partido o comentarios que
desacrediten al socialismo en las aulas universitarias, en Estados Unidos, el
presidente Obama viene de sugerir gravar con un 14% los beneficios que las
compañías estadounidenses obtengan en el extranjero, subir los impuestos a las
clases más ricas, y regularizar a millones de indocumentados, al mismo tiempo
que los hermanos Koch (en la imagen) anuncian destinar 900 millones de dólares (que
es mucho menos de lo que ese impuesto doble, a los beneficios y a las grandes
fortunas, supondría para ellos) a fin de apoyar al candidato republicano en las
próximas presidenciales norteamericanas. Y probablemente votarían a favor de la pena de muerte
para presidentes en activo si tal norma fuese sometida a referendum. De existir
una organización empresarial nacional (el partido republicano no cuenta) tan honesta
como la que es norma en nuestro país, votar al candidato que éste presente ha
de ser un instinto natural en quienes, pidiendo reducir las injerencias del
estado en la economía, se ven nutridos, kochs mediante, por una élite
empresarial que, solo en banca, ha pagado hasta ahora 130.000 millones de dólares
como castigo por sus abusos hipotecarios, los últimos 1.375, impuestos hace nada
a Standard & Poor por manipular las notas de valores respaldados por hipotecas,
es decir, por mentir en el valor de lo que era bono basura en el momento de
salir al mercado. De ser coherentes con su propio fundamentalismo, los
visionaros del partido republicano, como sus subvencionadores, admitirían que el
fraude en el funcionamiento de una agencia de calificación crediticia es justo
el de una forma más de imponer a los mercados lo que de ninguna manera debiera
estar regulado. No lo hacen porque esa agencia -Standard & Poor- es una
entidad privada, no electa por voluntad popular. Fraudulenta, cómplice del
mayor descalabro económico mundial, una empresa posee, a ojos del gran dinero
estadounidense, una ventaja que un gobierno no: tiene dueño. Por eso es
intocable. Como sus impuestos.
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