06 febrero 2015

poder es querer



Paradójicamente, la expansión de Internet por el mundo, el ojo cristalino de esa cámara puesto sobre cada rincón, va paralela a la forma no menos transparente con que el poder clama en voz alta lo que espera de aquellos a los que domeña o subvenciona, y sucede en los más opuestos de los modelos posibles: si en China, el partido comunista viene de anunciar la prohibición de libros que promuevan los valores occidentales, y la de difamaciones de líderes del partido o comentarios que desacrediten al socialismo en las aulas universitarias, en Estados Unidos, el presidente Obama viene de sugerir gravar con un 14% los beneficios que las compañías estadounidenses obtengan en el extranjero, subir los impuestos a las clases más ricas, y regularizar a millones de indocumentados, al mismo tiempo que los hermanos Koch (en la imagen) anuncian destinar 900 millones de dólares (que es mucho menos de lo que ese impuesto doble, a los beneficios y a las grandes fortunas, supondría para ellos) a fin de apoyar al candidato republicano en las próximas presidenciales norteamericanas. Y probablemente  votarían a favor de la pena de muerte para presidentes en activo si tal norma fuese sometida a referendum. De existir una organización empresarial nacional (el partido republicano no cuenta) tan honesta como la que es norma en nuestro país, votar al candidato que éste presente ha de ser un instinto natural en quienes, pidiendo reducir las injerencias del estado en la economía, se ven nutridos, kochs mediante, por una élite empresarial que, solo en banca, ha pagado hasta ahora 130.000 millones de dólares como castigo por sus abusos hipotecarios, los últimos 1.375, impuestos hace nada a Standard & Poor por manipular las notas de valores respaldados por hipotecas, es decir, por mentir en el valor de lo que era bono basura en el momento de salir al mercado. De ser coherentes con su propio fundamentalismo, los visionaros del partido republicano, como sus subvencionadores, admitirían que el fraude en el funcionamiento de una agencia de calificación crediticia es justo el de una forma más de imponer a los mercados lo que de ninguna manera debiera estar regulado. No lo hacen porque esa agencia -Standard & Poor- es una entidad privada, no electa por voluntad popular. Fraudulenta, cómplice del mayor descalabro económico mundial, una empresa posee, a ojos del gran dinero estadounidense, una ventaja que un gobierno no: tiene dueño. Por eso es intocable. Como sus impuestos. 

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