Como la propia historia en que Boccaccio fundara su
Decameron, la resistencia a la peste, refugiada la vida en 1348 tras los muros
literarios de una villa a las afueras de Florencia, en los escenarios hoy se
pertrecha, acosada por bacilos financieros, tras las paredes de los teatros
públicos, donde la peste sería el desahucio de público, y la rata, el iva
traída en los navíos del partido gobernante, cuyo afán se diría, no tanto
abandonar el barco llegado el momento, sino devorarlo. Contando el actual en
cartel, se cumplen cuatro montajes desde que el Teatro Español se encomendó a
Vargas Llosa como refugio, y es dudoso que con ello se haya logrado más gente cómodamente
dentro que fuera de esos muros, siendo que acaso los que acaso hallaran cobijo
en La chunga, hace tres años, fueron concienzudamente devueltos a la intemperie
hace unos meses, cuando el montaje de El loco de los balcones.
Los cuentos de la peste, estos días en el Español, contiene
lo más visible de la apuesta debida a Natalio Grueso –la novedad de ver representado
a Llosa, ligada a su Nobel de 2010- amplificada por el material empleado –el de
Boccaccio- y por la presencia del propio autor entre sus intérpretes. Sin poder
ver entonces el resultado de su apuesta, ésta pudo haber salido muy bien, y no
está claro si las diferencias enormes en la calidad de las propuestas –bien La
chunga, solvente Kathie y el hipopótamo, insufrible El loco de los balcones- se
deben al agotamiento de la fórmula o al propio declive general de la programación
del teatro. Pero incluso un material tan ajeno a Llosa como el Decameron acaba
contando, en su adaptación, el rasgo favorito de sus personajes –escritores,
profetas de lo salvable- que tienden a convertir la acción en narración y no al
revés, como sería deseable.
Asistir a este Llosa como el duque Ugolino que imagina a
su amada es un esfuerzo doble, pues el intento de hacer de su teatro el buque
insignia del Español cumple con un papel semejante: lo que se busca con ello
quizá aleje la peste económica unos días, pero no salva a nadie, ni al propio
autor (que tampoco lo necesita) ni a quienes se sientan a verlo en busca de algo
más que la lectura dramatizada en que deviene todo cuando es el propio Llosa el
que pugna sus líneas. Si este es el mejor montaje suyo que se ha visto hasta
ahora es porque el efecto Etxeandía que elevaba La chunga es aquí triple, en
manos de Pedro Casablanc, Marta Poveda y sobre todo Óscar de la Fuente. La peste
no existe cuando ellos están.
No hay comentarios:
Publicar un comentario