17 febrero 2015

conversación sobre los restos de la catedral



Como la propia historia en que Boccaccio fundara su Decameron, la resistencia a la peste, refugiada la vida en 1348 tras los muros literarios de una villa a las afueras de Florencia, en los escenarios hoy se pertrecha, acosada por bacilos financieros, tras las paredes de los teatros públicos, donde la peste sería el desahucio de público, y la rata, el iva traída en los navíos del partido gobernante, cuyo afán se diría, no tanto abandonar el barco llegado el momento, sino devorarlo. Contando el actual en cartel, se cumplen cuatro montajes desde que el Teatro Español se encomendó a Vargas Llosa como refugio, y es dudoso que con ello se haya logrado más gente cómodamente dentro que fuera de esos muros, siendo que acaso los que acaso hallaran cobijo en La chunga, hace tres años, fueron concienzudamente devueltos a la intemperie hace unos meses, cuando el montaje de El loco de los balcones.
Los cuentos de la peste, estos días en el Español, contiene lo más visible de la apuesta debida a Natalio Grueso –la novedad de ver representado a Llosa, ligada a su Nobel de 2010- amplificada por el material empleado –el de Boccaccio- y por la presencia del propio autor entre sus intérpretes. Sin poder ver entonces el resultado de su apuesta, ésta pudo haber salido muy bien, y no está claro si las diferencias enormes en la calidad de las propuestas –bien La chunga, solvente Kathie y el hipopótamo, insufrible El loco de los balcones- se deben al agotamiento de la fórmula o al propio declive general de la programación del teatro. Pero incluso un material tan ajeno a Llosa como el Decameron acaba contando, en su adaptación, el rasgo favorito de sus personajes –escritores, profetas de lo salvable- que tienden a convertir la acción en narración y no al revés, como sería deseable.
Asistir a este Llosa como el duque Ugolino que imagina a su amada es un esfuerzo doble, pues el intento de hacer de su teatro el buque insignia del Español cumple con un papel semejante: lo que se busca con ello quizá aleje la peste económica unos días, pero no salva a nadie, ni al propio autor (que tampoco lo necesita) ni a quienes se sientan a verlo en busca de algo más que la lectura dramatizada en que deviene todo cuando es el propio Llosa el que pugna sus líneas. Si este es el mejor montaje suyo que se ha visto hasta ahora es porque el efecto Etxeandía que elevaba La chunga es aquí triple, en manos de Pedro Casablanc, Marta Poveda y sobre todo Óscar de la Fuente. La peste no existe cuando ellos están.  

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