03 febrero 2015

las dos caras en el mismo lado




La imposibilidad de entender en Grecia lo cerca que dracma y drama explican el paso de la moneda propia a la común no ha de ser menos, o más sencillamente, explicable que leer cómo parte de la deuda pública que devora al país –un 175% del PIB- y que Grecia no puede pagar sin vender con ello a la indigencia el futuro de varias generaciones de griegos se compone, entre otras cuotas, de 26.000 millones de euros prestados por España. Porque esa es una cifra que se observa desde un lado si se expone sin más, y desde otro si se lee que es lo que nuestro país gasta anualmente en prestaciones de desempleo, es decir, en intentar paliar en lo posible los efectos de nuestro propio problema de deuda.
España, Portugal e Irlanda –países masacrados en el altar de la austeridad impuesta a cambio de rescates bancarios financiados por la Unión Europea- alzan su voz estos días contra la renegociación de la deuda griega, con la convicción de un enfermo de cáncer al que se hubiera envenenado a base de quimioterapia excesiva y protestara contra quienes, padeciendo la misma enfermedad, exigen una terapia distinta. Solo que no es distinta. Grecia ha pagado con su sangre social el precio impuesto hasta llegar a la situación actual: una sociedad sin sistema inmunológico, a la que la transfusión ordenada por la Unión Europea ha convertido en espectro de lo que fuera hace siete años.
No hace falta haber prestado dinero alguna vez para entender también el problema planteado desde el lado acreedor: cada remesa de dinero que ha salvado del abismo a Grecia en los últimos cuatro años es dinero detraído a los sistemas públicos de países que tenían en ese momento problemas muy similares. Y Alemania tiene todo el derecho del mundo a ver en la corrupción sistémica de algunos de los países más afectados –Grecia, España, Italia- la causa de sus desequilibrios fiscales. Mutualizar la deuda, como se pide desde hace años, es lo justo desde un ámbito paneuropeo que aspire a acabar con la crisis cuanto antes. Llenar de dinero propio la balanza ajena hasta que salga a flote es un ejercicio, no de disciplina monetaria (a la que no obligan los tratados), sino de fe en que ese es un ejercicio de deuda moral. Y uno piensa que basta que alguien traduzca la prensa italiana o española, a fin de que pueda ser leída en el parlamento alemán, holandés o francés, para que esa pregunta se repita en esos países en busca de respuesta.

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