15 febrero 2015

mi menor


El hombre que en vano intenta comprar por la mañana la mejor entrada disponible para el concierto de la Orquesta Nacional de las 12 apenas compraría con ese dinero (22 eur.) la tercera parte de la entrada más barata para el concierto de por la tarde, a cargo de la Royal Concertgeboux de Amsterdam. El consuelo a las 12 del mediodía es ir a casa y llegar a tiempo de ver, televisada, la segunda parte del concierto. A las 19.30 necesitas una economía muy desahogada para permitirte entrar. La paradoja radica en que es justo una economía no poco ahogada –la estatal- la que permite asistir a un concierto con Maria Joao Pires desde solo 10 eur. La ley de la oferta y la demanda alienta que el otro espacio donde poder ver a la Royal Concertgeboux sea también una institución pública –el Teatro Real- donde los precios son, eso sí, idénticos a los que oferta el ciclo de Ibermúsica. El dinero separa lo que en los atriles es clásica afinidad: seis horas después de que la Orquesta Nacional interprete a Shostakovich, una orquesta holandesa hace saltar bravos tras su lectura de Falla. Nada que reprochar a un organismo público –el Inaem- que permite asistir al teatro público –cuatro funciones diarias- a partir de 8 eur. Y que oferta, entre muchos otros, tres conciertos semanales en la sala sinfónica del Auditorio Nacional a precios igual de asequibles. Pero algo relacionado con la presencia asidua del listón adecuado hace pensar que el Teatro Real no debería ser el único lugar de la capital en el que poder ver a las mejores orquestas del mundo, aunque solo sea porque eso sucede, en su escenario, tres veces al año. O media un prodigio financiero, o el programa magnífico que proporcionan Ibermúsica y La filarmónica (32 conciertos anuales entre ambas) dejará de poder traer a Maria Joao Pires a su precio real.

No hay comentarios: