Si el primer teatro de un dramaturgo no es aún del todo
suyo, el de Jean Anouilh era, sin quizá saberlo, un poco de Miguel Mihura; ya
sabiéndolo, un poco de Eduardo Di Filippo; y más gozosamente, como juego, de
Lewis Carroll. Escrita en 1939, Leocadia es apenas su séptima obra, aún con 29
años. En ella hay dos obras, y la primera es de Carroll, aunque nada haga
parecerlo en su resumen: una joven modista es contratada para servir de sustituta
en el corazón de un príncipe que no logra sacar de su cabeza la imagen de su
amada muerta. Porque esa –que será la obra que Anouilh concluya con no poca
belleza en la averiguación de un amor improbable- es, en sus dos primeros cuadros,
la historia del encargo de esa misión, y la protagonista, la Duquesa d ´Andinet
d ´Andaine, es un trasunto perfectamente verosímil de la reina de corazones de
Alicia en el país de las maravillas, siendo igual de obvio que la modista –sombrerera,
en sus propias palabras- asomada al mundo de locos, recreado en el parque que
rodea la propiedad, es tan Alicia como pueda serlo alguien. En un mundo mejor,
conformarían un programa doble que hilaría temporada tras temporada.
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