26 mayo 2011

Almacén de la tienda de la nostalgia


Parte obvia del parecido que una película de Woody Allen tiene respecto a otra suya radica en que uno de los personajes es siempre el mismo, aunque su rostro no lo sea, y aunque el paso del tiempo haya atemperado al monologuista incansable, trocándolo en una presencia que a veces se ve como si fuera un logotipo para fieles. Por eso la visión del mundo de ese personaje funciona en sus tramas, a estas alturas, como un artilugio más de esa tienda de la nostalgia que su penúltima encarnación, el escritor Gil XX/Owen Wilson, pugna por convertir en una novela de su tiempo mientras él pasea por otro.
En Paris, Nueva York, Londrés o Tombuctú, las definiciones del mundo a ojos de Allen atraviesan sus historias como un diccionario transparente en el que tan clásico es encontrarse lo que su personaje tiene que decir de las clases políticas y empresariales, como lo que, de vuelta, también lo que éstas dicen de aquel. El amor y la muerte se encuentran, enroscados, ya desde La última noche de Boris Grushenko. La bifurcación de la personalidad es, con matices menos obsesivos o solo más piadosos para con sus encarnados, la misma que se encuentra en Zelig. La prehistoria familiar; la evocación de la cultura judía de postguerra en la que se crió; el origen y la transformación –no pocas veces hacia el patetismo- del cine y la radio que educaron a generaciones antes de que lo hicieran las televisiones; el papel de la cultura en sociedades públicamente aculturales; la revisión de géneros, roles, identidades, herencias, aprendizajes que son cadenas; la infidelidad como resorte; el deseo de ser amado por encima de todo, incluso por encima de ser comprendido… sus temas raramente monopolizan su metraje, solo Días de radio contiene la mitad de esa lista.
De todos ellos hace ya casi dos, tres, cuatro décadas. Por eso el periplo de este escritor paralizado por lo que sus sueños suponen de traba en este mundo, y por lo que de irrealidad pueda tener buscarlos en otro, paralelo, es también, enésimamente, ese otro rasgo de no pocas de sus películas: el salto de una realidad a otra, que puede ser el de un periodista que abandona la barca de Caronte, el de un protagonista que habla a cámara, el de un actor que sale de la pantalla de un cine por curiosidad, o el de un escritor que halla cómo viajar por el tiempo, pero no por su relación de pareja.
Pura costumbre Alleniana de convivir con sus problemas en un estrato de la realidad, y con la solución en otro, hecho de nostalgia y de su antídoto, la acción; de una fina inteligencia al servicio de una obsesión; del anhelo y la ira contra el sinsentido; del caos y la armonía simultáneas, el vitriolo del incómodo, que encuentra no poca parte de su credibilidad en cómo emplea contra sí las balas que sobran tras disparar enredador, ha acabado, cuarenta años después de echar a andar, por reunir en sí mismo el rumbo del mundo: cuanto más persigues en un plano, más te cuesta moverte por los demás.

otra versión, esta de Diego:
http://enmientropia.blogspot.com/2011/05/universos-paralelos-en-la-medianoche-de.html

25 mayo 2011

eso


De una forma a la que ni su costumbre merece arrebatarnos la extrañeza, las elecciones en nuestro país las gana repetidamente quien no vota: esa tercera parte, cuando no la mitad, de la población, a la que el parecer de quien sí vota semeja bastar, tan hijos del hartazgo como, al renunciar a cambiarlo, también padres redundantes de ese estado de cosas. Que, en una visión posible, no poco se asemeja a renunciar a gobernar a quienes te gobiernan. Y de los que sería interesante saber cómo afrontan después, durante los cuatro años siguientes, aquellas decisiones políticas con las que están en desacuerdo, con qué voz se carga entonces viniendo de la mudez. Y que en la otra interpretación –la más probable- ha de ser solo desaliento, seguridad en la creencia de que, votes a quien votes, lo que es necesario hacer no será hecho. Es más ironía que justificación el que el tamaño de los matices, su visibilidad, que fundan esa certeza no sean muy distintos de los observables una vez que un partido u otro acceden al poder.
Quizá por eso, en la dificultad de distinguir qué diferencia pueda hacer un voto o cuán poco separa lo que gobernar obliga a unos y otros, en lugar de votar a favor de unas ideas, por convicción, no pocos parecerían estar votando por miedo inoculado, para impedir a los de enfrente. También aquí sería esclarecedor saber qué ideas contrarias creen estar previniendo quienes, de un lado y de otro, votan a favor de la decencia y la España adecuada. Si los matices de lo primero son de la desesperanza, los que juegan aquí lo son, muy probablemente, de la pereza. Votar la línea editorial de un periódico o de una televisión es parte del juego de ignorancia y ventriloquia por el que tus decisiones no son del todo tuyas. Es esa proximidad la que iguala por abajo los avales que, para elegir o ser elegido, vuelve la democracia un ejercicio de forofismo donde basta sentir unos colores para denigrar otros. Se entendería mejor si, analizadas las razones que llevan a algunos a votar, se viera que lo hacen desde fuera de la Constitución, de la declaración de los derechos humanos, incluso de los textos religiosos que dicen seguir.
La simulación también es la guía de comportamiento una vez se termina de contar los votos: y si gobernar lleva implícito renunciar a lo que prometiste, y vivir el exilio desde la oposición se interpreta como uno que, en realidad, te ubica en otro país, donde poco importa ayudar a derruir el que dejaras al perder las elecciones, desde uno y otro lado al menos se consensúa ese logro de la farsa en aras del progreso y la paz que es fingir que las discrepancias abismales lo son entre políticos y no entre ciudadanos, que tan fácilmente parecen vivir en el mismo territorio, pero en décadas o siglos diferentes. Incluso en penumbra, son los ciudadanos los que pierden y ganan las elecciones. Y quizá la saña y mezquindad con que desde la oposición se deforma la realidad impunemente es solo el resultado de superponer a esa lente los miles de ojos que votaron queriendo lo contrario. Para lo que, felizmente, al contrario que la clase política, después carecen del tiempo y energías suficientes que implica llevar su desacuerdo a los niveles de agresión ubicua con que la política se gestiona a sí misma.
Sabemos lo que no somos, esa es la decisión que se nos pide votar cada cuatro años. Falta saber lo que sí. Es natural que la respuesta venga del futuro, dado nuestro inepto uso de las lecciones del presente y del pasado. Apretada estos días en las plazas centrales de nuestras ciudades, la respuesta nueva que pugna por desperezarse, mitad embrión, mitad final de siesta, no solo estira sus miembros por la acera y su legibilidad en todas direcciones, además lo hace justo sobre los adoquines que la historia reciente de nuestra política eligiera para inmovilizarnos: el no, el nunca, el contra mí.

volcán con fotógrafo de fondo


Jon Magnusson

23 mayo 2011

en un pequeño rincón de las Galias


... un pequeño partido político, recién creado por los vecinos de Valdeluz, resiste al invasor... que debe sentirse justo eso... invadido.

http://resultados.elpais.com/elecciones/2011/municipales/07/19/326.html

21 mayo 2011

20 mayo 2011

hablar en la oscuridad


No por sabida, asombra menos la pervivencia de definiciones éticas invulnerables en un mundo que ha renunciado a casi todas –la explotación, la desigualdad, el abuso, la mentira pública, la impunidad que más se alardea cuanto mayores las pruebas, la basurización del ejemplo, el olor que despiden periódicos, radios y televisiones, el desdén por la gran cultura… son pura ostentación, casi desafío, porque su respectivo envés –el derecho a la justicia, la equidad, la cordura, la sabiduría y el equilibrio como factores de lo público y lo privado- son entre nosotros apenas materia de chiste, antiguallas, moldes que antes harían pasar por iluso que por digno a quien los reclamara. No el nazismo y sus frutos. Y es algo, por supuesto, que sus horrores permanezcan intocables al chiste o la simpatía. La lista de damnificados se antoja ridícula en un mundo que se maneja en estos automatismos sin pudor –un príncipe inglés, hace años, por vestir una casaca con la cruz gamada; un modisto, hace unos días, por desear a hitler la mejor de las suertes; lars von trier, ayer, al expresar sus simpatías por el criminal. En un mundo donde la mayor parte de la mentira vive a la sombra tranquila de la libertad de expresión, fugazmente brilla ese triunfo ético: el de la expresión como prueba de lo poco que se merecen la libertad algunos.

19 mayo 2011

La flauta del habla


Hay un punto de encuentro entre la versión minuciosamente fiel con que Le Poeme Harmónique viene recorriendo el mundo con El burgués gentilhombre, de Moliere y Lully, convertido en un lujoso tren de cuatro horas de viaje, y esta reducción de la Flauta mágica de Mozart que Peter Brook delicadamente ha dejado en hora y media, en los teatros del Canal estos días, como hace unas semanas la anterior. Y ese punto es anterior a ambas obras, en eso que el pianista de esta última, Franck Krawczyk, describe como “volver a un estadio anterior al de la ópera”. Que sin querer decir a lo que Monteverdi aunó sesenta años antes que Lully y doscientos antes que Mozart, les contiene a ambos al hablar del momento previo a convertir la palabra en canto, cuando en 1670 o 1790 la ópera avanzaba en lo segundo sin dejar de ser lo primero. No son lo mismo las acotaciones teatrales que los minuetos, pero añadir eventualmente los primeros –que es introducir un narrador- no resta teatro al teatro, y reducir los segundos, es decir la música que se superpone a la acción teatral, no mella forzosamente lo que la ópera haya venido a decir. Parte del prodigio del montaje de Le Poeme Harmónique está en haber logrado desplazar por el mundo una orquesta de 36 personas… para dejar a los actores decir en silencio las líneas de Moliere en buena parte de la obra. Y no muy distinto volcado hacia lo teatral sin añadidos es el limado de Brook, donde incluso las arias, cantadas, sin más, con un piano en escena, suenan a diálogo, de puro natural la integración, el tránsito del hablar al cantar. Maximizada una, reducida a su esencia la otra, su trascripción final es la misma de la que hablara hace unos días Gérard Mortier –“a la ópera no se va a soñar, a olvidarse del mundo, sino a descubrirse a uno mismo en la complejidad de todas sus emociones y a descubrir el mundo tal cual es”.

en tierra extraña

En lo que es ejemplo nítido de su apuesta por explicar la complejidad, ningún partido político imprime en banderolas, vallas y carteles varios nada que no sea una frase de no más de ocho palabras, jamás acompañada de nada que no sea sino la imagen del candidato. La publicidad comercial observa su invasión puntual con gesto acostumbrado, a lo que no es ajena la mediocridad vocacional con que la inmensa mayoría de anunciantes se tratan a sí mismos, aunque su producto sea obviamente menos tóxico y más seductor que cualquier oferta política que nos salga al encuentro. Y la parquedad expresiva de la propaganda política solo se agradece porque evita la exposición ubicua a lo que es su formato real de ganarse al público: tratar la ideología como si fuera un equipo de fútbol. Alejado por impreso, en un raro pudor, del forofismo con que se pide el voto en mítines y similares, la publicidad de un partido político renuncia así a usar la publicidad como usa el resto de mecanismos a su alcance. Solo por lo que eso supone en términos de higiene social, por un instante casi se ve como algo útil lo que es solo un disparate de inversión inerte que, al contrario que cualquier otro producto, habrá pagado uno antes incluso de decidir si lo compra.

17 mayo 2011

probabilidad y burbuja


También la publicación de los salarios de los directivos son una violación consumada de cualquier forma de decencia, cuya reincidencia se explica en la inmunidad que ha de garantizarles el financiar anualmente con sueldos similares la política. Abalanzarse sobre una empleada de hotel cuando estás a punto de aspirar al trono de Francia es solo un grado de esa impunidad. Y lo que más asombra es preguntarse cuánto tiene que compensar disparate tal, las veces que semejante maniobra habrá salido bien para que uno apueste contra sí mismo con semejante y suicida ligereza.

16 mayo 2011

por qué necesitamos votar al pp


Entre partidos generalistas predomina esa cualidad de la política que consiste en alejarse del otro entre lamentos para que no se vea cuán iguales son en muchas cosas. De ahí que ningún partido se parezca más al que trata de desalojar… que el que lo consigue. Parte del error que se avecina a castigar la ineptitud de unos premiando la mezquindad de los que esperan, está en interpretar que si derecha e izquierda se acompasan, en no pocos asuntos, a la hora de gobernar, ha de ser lo mismo que ignorar lo que vienes de hacer y defender desde la oposición. Si a eso se le añade que en este país no se vota por afinidad, sino en contra del de enfrente, se entiende que cuanto antes obtenga el pp el control del país entero, antes podrán sus votantes naturales –no los beneficiados por el recorte fiscal a las rentas altas, pero acaso sí parte de los ancianos a los que se soborna con papanatismo, y, visto lo visto, también los ignorantes a quienes la precariedad hurta incluso la visibilidad de qué políticas fomentan la desigualdad cuando no lo hacen las crisis mundiales- pensar mejor en que si el voto se vende tan barato en este país, es porque de ese molde se hacen el resto de los contratos basura a los que el neoliberalismo aspira con el aplauso de quienes más se aprestan a sufrirlo.

15 mayo 2011

diseño del espectador


La obra con la que abre el Festival de Otoño en Primavera –On the concept of the face, regarding the son of god, de Romeo Castellucci- es pura explicación del oxímoron con que ha acabado bautizado el festival: hablando del sacrificio y la impotencia, habla en realidad del público. Ubicado en un espacio donde la pureza del blanco omnipresente está ahí para representar justo la vulnerabilidad a la mancha, la peripecia de un anciano y su hijo, incapaz de que su abnegación palie algo la incontinencia fecal de su padre, tiene un espectador al fondo del escenario –el rostro de jesús de Nazaret- y otros no menos paralizados en las gradas, desde donde la hiperrealidad que representa el hijo –un ejecutivo trajeado tirando hacia un lado del mensaje, y el inmenso amor que siente por su padre empujando el misterio hacia el lado opuesto- son un cuadro opuesto a la hipermitología con que los dioses han acabado entre nosotros.
Críptico como una encíclica que hablara del dueño verdadero de la empresa, el tríptico de Castellucci –tres deposiciones incontroladas, tres vertidos a cual más explícito y masivo- habla de sendas virtudes cristianas como sean la dificultad de controlarte y lo que cuesta perseverar en la bondad, el cariño, la paciencia sobre tus propias fuerzas. Es una metáfora inusual, que acaba en el no menos inesperado refugio en esa imagen de jesús que lo preside todo: la caída y el esfuerzo por paliarla. El hijo asiste al sufrimiento del padre y éste al de aquel. Espectadores ambos, impotentes ambos, sirven también, acaso sin quererlo, para hablar de esa propiedad del espectador de teatro que no es la impotencia, sino la aceptación. Más nítidamente, del derecho de la obra a no darte aquello que viniste a ver, del derecho a no parecer teatro, a no regirse por lo que entiendes como tal. Entenderlo o aceptarlo –lo que cada uno logre- es un acto de madurez y de respeto, capaz de aceptar narraciones sin un fin claro, sin un camino que plantee una acción para llevarla entonces a algún lado.
En un momento de la obra, el anciano deja de fingir sus deposiciones para agarrar un bote lleno del mismo líquido que viene derramando y echárselo encima, como si ni siquiera esa simulación fuera, a esas alturas, necesaria. Como si ni siquiera el teatro estuviera obligado a dar verosimilitud a cambio de tu credulidad. Hay más ficción en el hijo que se acerca a susurrar su impotencia a un dios, y si renunciar a la primera, y más creíble, para aspirar a la segunda no compite con ésta es porque lo que Castellucci ha puesto en escena no es una respuesta ni una pregunta claras, sino un acto más enigmático, que lo acerca al arte, donde presentación hace años que ya no implica representación. No tiene forma definida, no puedes encerrarlo en una idea. Y sin embargo conmueve, percibes el dolor. No es teatro, pero está vivo.

10 mayo 2011

bastones del bosque de Birnam


Como Macbeth o Enrique IV, también los Knicks pudieran tener su profecía, una que les condenara a ganar títulos solo cuando quien ha de ganarlos… salga cojo a la pista. Willis Reed tuvo que arrastrase para poder empezar el séptimo partido de las finales de 1970, anotó las dos primeras canastas de esa noche y se sentó a esperar a que el destino cumpliera lo pactado. Unos metros más allá, en ese mismo banquillo, estaba Phil Jackson, purgando ya su primera aproximación a la profecía: operado ese mismo año de la espalda, habiéndose perdido toda la temporada, esperaba su momento, que llegaría como suplente en 1973, en el segundo y último título obtenido por los Knicks hasta la fecha. Clásicamente Knick, el mejor momento de su carrera llegaría… justo cuando la carrera ya no le fue posible. Ya como entrenador, los Bulls de Jordan ganaron sus seis campeonatos y cinco los Lakers con Jackson con un pie dentro de la cancha y el otro ayudado por un bastón, que con los años, y el rozamiento con Jerry Krause fuera de las canchas y Kobe Bryant dentro de ellas, llegó a ser tan reconocible en las ceremonias de celebración de las últimas dos décadas como parte no casual del triángulo ofensivo de Tex Winter que él adoptara en sus dos equipos: la pata que completara el triángulo de Jordan y Pippen, el de O´Neal y Bryant, el de Bryant y Gasol, finalmente. Se retira apoyado en tantos records como pueden tenerse. También en esa otra profecía que él construyó para superar la otra: si hay una final, Phil Jackson estará en ella.

08 mayo 2011

Llegan, lo remueven todo, se van. O no.


No por nada el verano es, simultáneamente, el tiempo en que uno interrumpe lo que viene de ser durante los anteriores once meses, y a la vez, la olla que, a la inmovilidad que cada cual lleva dentro, suma el calor necesario para la ebullición. Escrita por Gorki en 1904 para contar la distancia, acaso insuperable, entre lo que la rusia prerrevolucionaria iba pronto a exigir y lo que sus clases pudientes bastante tenían con tratar de conservar por separado, la versión de Veraneantes que Miguel del Arco exhibe estos días en la Abadía es, convenientemente actualizada en el nombre de sus pulsiones, paradójicamente la misma y su contrario: si los Veraneantes de 1904 afrontaban con su pereza al cambio lo que la revolución pronto traería, los de 2011 afrontan con intereses similares… justo lo que aquella revolución demostró no poder arreglar. Como un antes y un después que sucedieran en las mismas tumbonas, también es tanto la historia de la capa protectora de quien ha de defender su modo de vida, como, más hondamente, la excavación doliente de lo que uno es al contacto con el otro adecuado: la historia íntima de cómo, no importa lo mucho que te creas a salvo, dentro de tu imagen, basta el hallazgo de la recompensa adecuada para que te expongas a renunciar a lo que llevó años construir. Por la naturaleza de ambas, la primera –la defensa de lo que lograste ser- es la que Gorki puso a identificar lo que se resiste a ser cambiado, sea un sistema social o tu lugar en él. Pero es la segunda –la incapacidad de dejar de amar lo que nos impide seguir siendo lo que somos- la que más tiene que ver con el verano y con lo que cada uno es a solas, en lo más profundo de su ser. Cuando la última de sus líneas se apaga –“Veraneantes. Llegan, lo ensucian todo y se van”-, no habla de las baldosas, sino de ese otro jardín: las tripas.

07 mayo 2011

Sucederte


Es 1991 y Detroit tiene un bicampeón de la nba en vez de una crisis industrial que veinte años después habrá vaciado su periferia y sus fábricas. Los Bulls de Michael Jordan son entonces, al tercer intento, el cataclismo que vacía el trono y les dispara hacia el primero de sus seis títulos en nueve años. Pero también esos Bulls son los de Phil Jackson. Isiah Thomas es el Bryant de aquel equipo. Rodman y Laimbeer se turnan el rol de Artest en los Lakers de 2011. En la final de ese año, los Bulls arrasan con lo que quedara del imperio que Magic Johnson erigió en Los Angeles durante una década. El equipo que dominará los noventa obliga, en apenas nueve partidos, a reconstruir dos equipos. Es un relevo natural: Jordan tiene solo 27 años en 1991. Pippen y Grant, 24. En Yugoslavia, Kukoc aún no ha cumplido los 20. Detroit tardará catorce años en volver a ganar un título. Los Lakers, once. Cuando esto ocurre, aquel Jackson de los Bulls está a punto de amasar cinco títulos más en los siguientes nueve años. En los últimos diez años, cada vez que un equipo campeón cede su puesto, lo hace ante otro que ocupará su puesto durante al menos un trienio. Los Lakers y los Spurs se turnan en el podio durante ocho de los nueve últimos años. Los Celtics ganan un título, pierden otro en el último minuto y caen, previsiblemente, en segunda ronda en el tercer y, eso sí, último año del ciclo actual. Estamos en 2011, Jackson es Jackson. Bryant es Thomas. Veinte años después, ambos están en el mismo equipo. Pero, por primera vez en una década, el campeón va a caer ante un equipo que no irá a ningún lado, ni este ni en los años venideros. Envejecidos, los Lakers se disponen a hincar la rodilla ante un equipo que lo es aún más. Y mientras el que cae lo hace ante sí mismo, en Miami el futuro, la sucesión real, cumple, a punto de llevarse a los Celtics por delante, rumbo a lo que podría ser lo que los Bulls hicieron durante una década. Jackson abdicará en unos días, rumbo ya al Hall of fame. Y Nash acaso llegue en unos meses para ayudar a Bryant a lograr con los Lakers lo impensable: convertirse por un año en… los Celtics de 2008.

Para Richie el celta.

06 mayo 2011

Lo que fuiste, serás (notas a Shakespeare en Di Filippo)


Encarnados por Jesús Barranco y Pedro Casablanc, Enrique IV y Falstaff ya se han encontrado antes recientemente, aquel bajo los ropajes del médico Quinto Bassetti, y éste, puesto a ser el recién gobernador del pueblo italiano de Caro en El arte de la comedia, de Eduardo Filippo, magníficamente asomada a la Abadía la temporada pasada. Y donde Di Filippo –Carles Alfaro mediante- hizo a Casablanc, rey y a Barranco, bufón posible, Shakespeare –Andrés Lima mediante- invierte las tornas, haciendo a Barranco, rey, y a Casablanc, como bufón, sufrirle o temerle.
Ambos son sin embargo, en sus registros respectivos, siempre el mismo lado de ese dúo: el gobernador del pueblo que no sabe si quienes le visitan son actores o vecinos reales, es, en la enorme interpretación de Casablanc, una autoridad suspicaz a la deriva, que ni cuando finge llevar la corriente puede controlar lo que la corriente hace de él. En la sospecha, en la indefensión, su periplo es el de quien cree han venido todos a burlarse. Un año después y tres siglos antes, su grandiosa versión de Falstaff es también la de quien, comportándose como si investido de autoridad entre los suyos, primero la pierde por trozos y finalmente, toda.
Barranco tampoco es, magníficamente, sino el mismo rey en ambos casos: obvio como Ricardo IV, más sutil como el médico que, en el despacho del gobernador, reclama para sí la honra, el lugar social que su papel en el pueblo merece. Gracias a Barranco, en ninguno de los casos habla por un instante como un tirano o un pedigueño, respectivamente. El dolor del rey es, en sus manos, siempre noble, libre del crimen con que alcanzara el trono, tan digno ese “sea mi remordimiento el salario del asesino” que declama nada más lograda la corona tras ordenar ejecutar a Ricardo II, como el sencillísimo permiso que como médico reclama: que se le permita sembrar la fachada de su casa de las cartas de gratitud, adecuadamente enmarcadas, que durante los años fuera recibiendo.
Como el lugar de Falstaff en Enrique IV, hecho todo él de un teatro presuntuoso hasta lo fanfarrón, y de otro que le espera, mientras el escenario cambia delante de sus ojos, el arte de Bassetti es, a ojos del gobernador, un cuento magnífico sobre el poder del teatro, de la puesta en pie de la verdad ante sus más incrédulos espectadores –de lo teatral algunos, de la verdad todos.También como fábula del poder de convicción de la interpretación frente a la voluntad de no concedérselo, el desfile de personajes por el despacho del gobernador en un día de crisis es elegante y contumaz. Tan posible e improbable, al tiempo, como el papel que Falstaff se adjudica llegada la hora del ascenso al trono de su compañero de correrías, el príncipe de Gales. Inmune, incluso, a la respuesta anticipada que el futuro Enrique V da sobre su papel real cuando eso llegue: el destierro, el olvido.
Al igual que Shakespeare en el uso del teatro dentro del teatro para contar verdades que, de otra forma, sus personajes acaso no sabrían, De Filippo toma partido por la mera posibilidad de que sea tanto una cosa como la otra y en ello su majestuosa gracia: ¿asistimos a una representación o no? ¿Somos mayoritariamente el gobernador o quien se presenta ante él? ¿el rey Casablanc o el rey Barranco?

04 mayo 2011

Amor

Con todo el amor a la verdad de que es capaz, y recordando el aserto de Sábato -La demagogia es a la democracia lo que la prostitución es al amor-, el día en que se anuncia la muerte de bin laden, esperanza aguirre recuerda que “aquel nunca reconoció el atentado de Madrid como uno de al qaeda”, cosa que “tampoco dice la sentencia, luego esto estará por ver”.

03 mayo 2011

eminentísima cara b

Extracta Juan G. Bedoya ayer en El País los méritos del difunto cardenal agustín garcía-gasco, entre los cuales está haber augurado “el fin de la democracia si proseguía la cultura del laicismo radical”, un “fraude” que “no respeta la constitución” y “conduce a la desesperanza por el camino del aborto, el divorcio exprés y las ideologías (léase Educación para la ciudadanía) que pretenden manipular la educación de los jóvenes”. E, impreso justo detrás, en sendas esquelas pagadas por el gobierno valenciano, que ocupan la página entera, un segundo resumen de su valía: eminencia, eminentísimo, reverendísimo.

02 mayo 2011

ternera, pollo o donald


Sin que los respectivos símbolos del partido republicano y el demócrata –un elefante y un burro respectivamente- desanimen la costumbre de introducir más animales en la vida política estadounidense, al presidente que agota su último año de la segunda legislatura se le llama “pato cojo” por los escasos pasos que dará ya en lo que le quede de cargo. Y quizá porque allí el tránsito de la empresa a la política se realiza sin mayor pudor, hombres de negocio como donald trump pugnan, como hace no tanto ross perot, por su propio lugar al sol, es decir, por su espacio en la granja, que suele ser lo que su nombre haya ganado haciendo dinero.
Viene Obama de ignorar, en la tan propicia cena anual de los corresponsales, el obvio merecido con que “pato” y “donald” se hermanan estos días tras la campaña de éste último por desacreditar el estadouni-densismo de Obama, como otros animan su carné socialista, o su voluntad obvia de desmembrar el país para poder vendérselo al pacto de Varsovia –cuyos derechos acaso él mismo posea. Y por cada parcela del huerto donde la inteligencia o el mero sentido común se las apañan para florecer –entre periodistas, una vez al año- el invernadero en el que parece pastar la mitad de la población estadounidense –la que intentó poner a sarah palin a hacer de Obama- abona sin descanso las mentiras siguientes, abonadas por estiércol marca murdoch, cada vez más inmunes, cada vez mejor mezclada su ponzoña. Si en esa cena anual se sirviera lo que alimenta los cerebros de tan masiva parte de la población –de lo que trump es ingrediente-, en vez de a corresponsales invitarían a amortajadores.

01 mayo 2011

ay, c


Junto con el cartel, la sugerencia: Paulino de resaca continua, y también Carmela. Y el capitán que viene del fondo, a ser el barman.