19 mayo 2011
La flauta del habla
Hay un punto de encuentro entre la versión minuciosamente fiel con que Le Poeme Harmónique viene recorriendo el mundo con El burgués gentilhombre, de Moliere y Lully, convertido en un lujoso tren de cuatro horas de viaje, y esta reducción de la Flauta mágica de Mozart que Peter Brook delicadamente ha dejado en hora y media, en los teatros del Canal estos días, como hace unas semanas la anterior. Y ese punto es anterior a ambas obras, en eso que el pianista de esta última, Franck Krawczyk, describe como “volver a un estadio anterior al de la ópera”. Que sin querer decir a lo que Monteverdi aunó sesenta años antes que Lully y doscientos antes que Mozart, les contiene a ambos al hablar del momento previo a convertir la palabra en canto, cuando en 1670 o 1790 la ópera avanzaba en lo segundo sin dejar de ser lo primero. No son lo mismo las acotaciones teatrales que los minuetos, pero añadir eventualmente los primeros –que es introducir un narrador- no resta teatro al teatro, y reducir los segundos, es decir la música que se superpone a la acción teatral, no mella forzosamente lo que la ópera haya venido a decir. Parte del prodigio del montaje de Le Poeme Harmónique está en haber logrado desplazar por el mundo una orquesta de 36 personas… para dejar a los actores decir en silencio las líneas de Moliere en buena parte de la obra. Y no muy distinto volcado hacia lo teatral sin añadidos es el limado de Brook, donde incluso las arias, cantadas, sin más, con un piano en escena, suenan a diálogo, de puro natural la integración, el tránsito del hablar al cantar. Maximizada una, reducida a su esencia la otra, su trascripción final es la misma de la que hablara hace unos días Gérard Mortier –“a la ópera no se va a soñar, a olvidarse del mundo, sino a descubrirse a uno mismo en la complejidad de todas sus emociones y a descubrir el mundo tal cual es”.
1 comentario:
anexo:
Claudio Monteverdi, inventor de la ópera en su formato canónico, debía entender el peso de la sonoridad... la música... de las palabras... pues casó con... Claudia de Cataneis. Claudio y Claudia. Quizá escribió Orfeo... en contra de las palabras, para que, con música de por medio, se las notara menos.
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