06 mayo 2011

Lo que fuiste, serás (notas a Shakespeare en Di Filippo)


Encarnados por Jesús Barranco y Pedro Casablanc, Enrique IV y Falstaff ya se han encontrado antes recientemente, aquel bajo los ropajes del médico Quinto Bassetti, y éste, puesto a ser el recién gobernador del pueblo italiano de Caro en El arte de la comedia, de Eduardo Filippo, magníficamente asomada a la Abadía la temporada pasada. Y donde Di Filippo –Carles Alfaro mediante- hizo a Casablanc, rey y a Barranco, bufón posible, Shakespeare –Andrés Lima mediante- invierte las tornas, haciendo a Barranco, rey, y a Casablanc, como bufón, sufrirle o temerle.
Ambos son sin embargo, en sus registros respectivos, siempre el mismo lado de ese dúo: el gobernador del pueblo que no sabe si quienes le visitan son actores o vecinos reales, es, en la enorme interpretación de Casablanc, una autoridad suspicaz a la deriva, que ni cuando finge llevar la corriente puede controlar lo que la corriente hace de él. En la sospecha, en la indefensión, su periplo es el de quien cree han venido todos a burlarse. Un año después y tres siglos antes, su grandiosa versión de Falstaff es también la de quien, comportándose como si investido de autoridad entre los suyos, primero la pierde por trozos y finalmente, toda.
Barranco tampoco es, magníficamente, sino el mismo rey en ambos casos: obvio como Ricardo IV, más sutil como el médico que, en el despacho del gobernador, reclama para sí la honra, el lugar social que su papel en el pueblo merece. Gracias a Barranco, en ninguno de los casos habla por un instante como un tirano o un pedigueño, respectivamente. El dolor del rey es, en sus manos, siempre noble, libre del crimen con que alcanzara el trono, tan digno ese “sea mi remordimiento el salario del asesino” que declama nada más lograda la corona tras ordenar ejecutar a Ricardo II, como el sencillísimo permiso que como médico reclama: que se le permita sembrar la fachada de su casa de las cartas de gratitud, adecuadamente enmarcadas, que durante los años fuera recibiendo.
Como el lugar de Falstaff en Enrique IV, hecho todo él de un teatro presuntuoso hasta lo fanfarrón, y de otro que le espera, mientras el escenario cambia delante de sus ojos, el arte de Bassetti es, a ojos del gobernador, un cuento magnífico sobre el poder del teatro, de la puesta en pie de la verdad ante sus más incrédulos espectadores –de lo teatral algunos, de la verdad todos.También como fábula del poder de convicción de la interpretación frente a la voluntad de no concedérselo, el desfile de personajes por el despacho del gobernador en un día de crisis es elegante y contumaz. Tan posible e improbable, al tiempo, como el papel que Falstaff se adjudica llegada la hora del ascenso al trono de su compañero de correrías, el príncipe de Gales. Inmune, incluso, a la respuesta anticipada que el futuro Enrique V da sobre su papel real cuando eso llegue: el destierro, el olvido.
Al igual que Shakespeare en el uso del teatro dentro del teatro para contar verdades que, de otra forma, sus personajes acaso no sabrían, De Filippo toma partido por la mera posibilidad de que sea tanto una cosa como la otra y en ello su majestuosa gracia: ¿asistimos a una representación o no? ¿Somos mayoritariamente el gobernador o quien se presenta ante él? ¿el rey Casablanc o el rey Barranco?

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