20 mayo 2011
hablar en la oscuridad
No por sabida, asombra menos la pervivencia de definiciones éticas invulnerables en un mundo que ha renunciado a casi todas –la explotación, la desigualdad, el abuso, la mentira pública, la impunidad que más se alardea cuanto mayores las pruebas, la basurización del ejemplo, el olor que despiden periódicos, radios y televisiones, el desdén por la gran cultura… son pura ostentación, casi desafío, porque su respectivo envés –el derecho a la justicia, la equidad, la cordura, la sabiduría y el equilibrio como factores de lo público y lo privado- son entre nosotros apenas materia de chiste, antiguallas, moldes que antes harían pasar por iluso que por digno a quien los reclamara. No el nazismo y sus frutos. Y es algo, por supuesto, que sus horrores permanezcan intocables al chiste o la simpatía. La lista de damnificados se antoja ridícula en un mundo que se maneja en estos automatismos sin pudor –un príncipe inglés, hace años, por vestir una casaca con la cruz gamada; un modisto, hace unos días, por desear a hitler la mejor de las suertes; lars von trier, ayer, al expresar sus simpatías por el criminal. En un mundo donde la mayor parte de la mentira vive a la sombra tranquila de la libertad de expresión, fugazmente brilla ese triunfo ético: el de la expresión como prueba de lo poco que se merecen la libertad algunos.
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