10 octubre 2015

partido s.a./b


En el tránsito que va de pensar B de lo que no es -cine político- a lo que sí -cine documental- cabe también una segunda frontera que aún nos cuesta más asimilar: la que insiste en no ver en los grandes partidos políticos la empresa respectiva que son, cómo sus métodos no pueden ser sino pura, escrupulosamente mercantiles.
El documental Enron, de Alex Gibney, tiene de dramaturgia verosímil tanto como la de Jordi Casanovas de relato estrictamente documental, lo que, de hecho, es. Llevada a escena en el Teatro del Barrio y convertida ahora en película por David Ilundain, recrea literalmente la declaración del antiguo tesorero del partido popular el 15 de julio de 2013. Si se asiste a ello como si a la transcripción del acta de un consejo de administración es porque es justo eso: la explicación nítida de un modelo corporativo que pasmosamente se las apaña para sobrevivir en nuestro país como trampantojo ideológico a través de la mediocridad no menos nítida de sus representantes.
Por eso la dignidad alterada de un magnífico Pedro Casablanc en la piel de luis bárcenas es la de un hombre pillado con un pie en cada mundo: uno en la política, otro en su contabilidad. Y por supuesto que es creíble: cuando éste defiende el procedimiento general de su partido en la recaudación fiscalmente ilícita de fondos amparado en la honestidad impecable del antiguo tesorero, y predecesor suyo, afirma la obviedad de una actitud que está en la base de la existencia misma de la empresa que le paga. Si dijera que, a fin de cuentas, el procedimiento financiero es el mismo que recorre los pasillos de la política en cualquiera de sus estratos nadie levantaría una ceja.
La parábola del rey desnudo ni siquiera necesita que el traje a medida sea el que él describe: incluso sin necesidad de que buena parte del dinero recaudado fuera, como afirma, para pagar sobresueldos en su partido, muchas, si no todas, de las donaciones que recibió éste lo eran de empresas que disfrutaban, o lo harían después, de contratos con las administraciones públicas. Una de las paradojas de la política es cómo los lobbies han de registrarse en la Unión Europea para acreditar sus esfuerzos por influir en la política, como si esta no fuera, en tantos lugares del mundo, la misma cosa: un lobbie al servicio de sí mismo que utiliza el bien público como una enredadera usa el árbol al que asfixia. Mi partido da beneficios –podría decir. Y con solo publicar noticia del juicio en las páginas de economía y no de política, todo esto parecería hasta carente de novedad.

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