11 octubre 2015

crimen de mañana, castigo de noche


La última de las películas de Woody Allen empieza con una pregunta –hasta dónde podrías llegar creyendo en lo que no crees- y genera otra al avanzar la trama –hasta dónde podrías esconderte de aquello en lo que crees. La historia de un profesor de filosofía que enseña la evolución del pensado y repensado sentido de la existencia sin creer en que esta tenga sentido alguno es un drama que engendra uno mayor: cómo hallar ese sentido, la razón que saque de tu cabeza el deseo de matarte, podría convertirte, simultáneamente, en alguien mejor que viene de serlo justo en el otro extremo: donde no podrías ser peor.
Con certera puntería sobre lo que sucede en la vida real, Allen escoge la mirada de la mujer que ama al protagonista para ilustrar la diferencia entre el crimen y el castigo: sucedido aquel, sus consecuencias satisfacen el ideal último de ambos –el sacrificio ajeno como precio pagable para realizar el bien. Pero revelado el autor del crimen, el ideal pasa a un segundo plano y entonces es amar a su ejecutor lo que se antoja inaceptable. Pensarlo el crimen aceptable, incluso deseable, une a dos seres opuestos: misántropo, pesimista, depresivo uno; radiante, social, optimista otra. Transformarlo en acto cambia a ambos en dirección opuesta. Si a uno le lleva hacia la luz, al otro le arrastra hacia la más negra sospecha.
No es solo la verdad lo que está en juego, sino convivir con ella. El hombre que decide cometer un crimen no es menos irracional que el que hasta ese instante ve el mismo crimen en levantarse cada día. Y tampoco es el amor el que le redime. Hallar un sentido a la vida no pasa aquí por matar sino por salvar una vida –una que fugazmente se asoma a sus oídos en un restaurante. Lo que cuenta Irrational man es la historia de los precios que pagas por ser quien quieres ser, quien los demás quieres que seas. Más interesantemente , el personaje interpretado por Joaquin Phoenix en ningún momento entiende su acto como un chantaje venido de la mujer que ama, sino de la vida que de repente le llama con voz clara a la plenitud que acaso no ha sentido antes. La filosofía que enseña, pero no siente útil en él, podría consistir en reconocer esa voz, en jugar los juegos que propone.
Irrational Man puede verse como el reverso de la penúltima gran película de Allen –Blue Jasmine. Si ésta mostraba la dependencia de la mentira como modo de vida, por hondo que sea el pozo al que te arroje, ésta última muestra los abismos de la verdad propia: cómo convertirte en lo que menos podrías asomar al mundo es justo lo único que tienes para salvarte. No es la mentira lo que acaba lamentando el personaje de Emma Stone, sino la verdad insoportable, lo que, compartiendo, no puedes ver realizado por aquel de quien dependes. En el próximo guión de Allen alguien podría explicar esto en alto, solo para ser linchado a tiempo.  

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