Entre las paradojas de una trilogía sobre una máquina
del tiempo está tanto los referentes que viajan hacia ella desde décadas atrás –la
imagen de Harold Lloyd colgado del reloj en 1923- como la que, desde las tres
películas rodadas por Robert Zemeckis, viajan hace ese lugar del futuro que es
ninguna parte: ni J. Fox ni Lloyd, ni ninguno de los otros protagonistas de la
trilogía, viajaron después hacia lugar alguno de la historia del futuro del
cine, siquiera sea en términos de popularidad. Prácticamente todos los viajes que
harían por la gran pantalla están ya en esas tres películas. Que hayan
envejecido tan bien es, probablemente, lo mínimo que el tiempo puede hacer por
el espacio cuando esté consiste en no salir del mismo sitio.
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