Si Luis Bermejo aúna la capacidad de bordar
la vulnerabilidad con, un minuto más tarde, la energía volcánica para escapar
de ella o para ponerla en su sitio, a El minuto del payaso, de José Ramón
Fernández, en la Kubik solo un día más –el 27.2- le sobran segundos en todas
direcciones. Y es porque Bermejo es, enésima, magníficamente, ambos a la vez
–el que sufre y el que vino para paliarlo, el que sabe que el miedo que se
derrota en un instante tarda lo mismo en volver a por su presa. Solo fuera de
la sala, si tienes suerte, llegas a saber que buena parte del personaje, que
uno pensaría sacado de Fernando Soto, el director, es Bermejo realmente, que el
payaso al que besa la niña es él. Epifanía de cómo afrontar los temores que nos
atenazan, su logro apabullante acaba creando su antítesis: el miedo que da
pensar en no volver a verlo.
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