14 febrero 2014

donde nada que vuela sobrevive


Agosto, de Tracy Letts, es una obra sobre el silencio, sobre la renuncia del testigo a serlo o confirmarlo. Y casi sorprende que su más obvia encarnación –la cocinera india- sea la que decide intervenir contra todo pronóstico, al descubrir a la hija adolescente de Barbara siendo seducida por el prometido de Karen. Pues contratada poco antes, se diría que para que quede alguien a quien nadie grita, contra quien no se lanzan cuchillos, ya por entonces ha de haber aprendido que las palabras, en esa casa, se usan solo para tapar lo que no hiciste cuando debías. Solo hay otra persona a la que nadie parece tener nada que reprochar, y éste -el tío Charlie- es justo el otro que se declara fugazmente un testigo harto, aunque sea en privado, como si hacerlo fuera un anatema familiar.
Construida sobre el fallecimiento de Beverly Weston, el reencuentro familiar es el de las partes de la bomba llamadas a encontrarse. Solo que antes de la explosión, incluso las que han estado en contacto con otras durante décadas parecen no haberse rozado. Ninguna más que Ivy, la única de las hermanas que permaneciera en la casa familiar, cuya sensibilidad se diría cercana a la de su padre, pero que resulta gélida en cuanto a su memoria o su defensa. Y esa es justo la espoleta más sospechosa, pues si Beverly se suicida como parece, es ella a la que Beverly hubiera hablado de ello, a la que hubiera advertido, de la que se hubiera despedido. Violet sabe en qué motel duerme antes de dirigirse al embarcadero, pero su drogadicción permanente la hace inmune a esa información, y Beverly debía saberlo.
Ivy era la persona a la que esa información estaba destinada, la única a la que podía importarle. No para hacer algo al respecto –Violet probablemente la hubiera prohibido ir, hubiera camuflado su desprecio y su amargura en un enfado que profetizara el regreso de su marido, como otras veces. Pero eso no libera a Ivy. Como tampoco el que, por vez primera quizá, tenga por fin el corazón ocupado. No pudo haber sobrevivido a años larguísimos junto a ese tumor con piernas que es su madre sin haberse refugiado en su padre, el poeta, el lector de T.S. Elliot. Y la mejor prueba de ello es que su padre tampoco hubiera aguantado tantos años sin matarse de no haber podido refugiarse, además de en el alcohol, en ella, en su hija más sensible, más melancólica, más sola. Cuanto más habla y grita Violet, más resuena el silencio de quienes solo juntos podían soportarla. 

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