Lo malo y lo mucho son a veces el mismo sentimiento acorralado, o al menos perseguido. Y así, a base de dormir en el mismo bunker, se despiertan cada uno con las ropas del otro: en un artículo, hoy en El País, sobre las adicciones en nuestro país –tabaco, alcohol, cocaína-, junto a los gráficos que cuentan que 3 de cada 10 fuman diariamente, otros tantos se emborrachan cada mes, y 1 de cada 10 toma cocaína eventualmente, se cita al catedrático de sociología de Deusto, javier elzo, decir, respecto a lo primero –lo malo- que su peor rasgo es lo segundo –lo mucho-, es decir su limitación: “nuestra sociedad está cada vez más normativizada, más legislada, más limitada”. Como si el problema de las balas fueran los seguros que se les ponen a las armas. Sigue elzo: “tenemos coches más mejores y más potentes con los que podemos correr cada vez menos. Ahora nos van a prohibir fumar en todos los espacios cerrados. Ya no nos tomamos la copa de después de comer entre semana”.
Traducción: lo peor de los coches no es que, a partir de según qué velocidad, sean más peligrosos, sino que se prohiba esa velocidad. Lo peor del tabaco no es que constituya una sociedad pestilente que mata o asquea a quienes pasan cerca sin fumar, sino que se prohiba fumar en espacios cerrados. O más claro aún, que “se nos prohiba”. Obvio que después de comer hay que seguir trabajando, lo malo no es el alcohol, sino su consumo previo a seguir trabajando. Por eso –sigue elzo- “cuando llegamos al fin de semana, decimos “ahora déjeme en paz; no me complique la vida; vale, no voy a conducir, llevo toda la semana portándome bien, pero no me diga lo que puedo beber”. Que, por asombroso que parezca, viene a ser justo lo que pone: que regular el consumo de tabaco, alcohol o droga alguna ha de provocar, naturalmente, que uno se sienta aliviado al llegar el fin de semana. Que la respuesta a esa “sociedad más normativizada, más legislada, más limitada” es, por fuerza, querer que “nos dejen en paz”, que “no nos compliquen la vida”, o el sumún de las libertades amenazadas: que, ya bastante acorralado al no poder beber tras conducir, se le diga, además, “qué puede beber”. Aunque uno no sabe de dónde saca esta última queja, pues no hay ley que diga qué beber y qué no.
El señor elzo es miembro del comité científico de la Fundación alcohol y sociedad, y da miedo pensar que el análisis sociológico de la drogadicción pase, a ojos tan involucrados en la solución, por superar este tiempo de prohibiciones que atentan contra la madurez obvia de quien, por un lado del periódico, fuma, se alcoholiza o droga en proporciones brutales para una sociedad, y por la otra cara, revela, al principio de esa etapa de libertad intoxicada -los 15 años- a similar porcentaje de población (3 de cada 10) incapaz de aprobar los baremos europeos de capacidad lectora, ciencia y matemáticas. Aunque quizá, como ocurre con los organismos del pp encargados de la salud, cuya función es velar por el tabaquismo y sus beneficios sociales, es sólo cuestión de una perspectiva adecuadamente privatizada.
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