17 diciembre 2010
El martirio de San Assange
Durante el tiempo en que he estado en solitario confinamiento en el fondo de una prisión victoriana, he tenido tiempo de comprobar las condiciones en las que está tanta gente alrededor del mundo igualmente recluída, también en prisión preventiva, en condiciones mucho más difíciles que las que yo he afrontado. Esa gente necesita de su atención y apoyo. Y con esa esperanza espero poder continuar con mi trabajo –lee Julian Assange nada más salir y permitir esa imagen de lienzo de Norman Rockwell. Al hacerlo construye dos metáforas perfectas: una, la que equipara la información encarcelada, injustamente confinada a no ver la luz del día, a la misma causa por la que él entrara en esa celda. Dos, la que, al reducir el objeto de su actividad a “continuar su trabajo” ubica esa ocupación al mismo nivel que la que, desde embajadores a secretarios de estado involucrados en los cables hechos públicos, es, meramente eso: cumplir un trabajo. A sueldo todos, la legitimidad de sus razones respectivas –revelar u ocultar- redefine sus delitos: unos trabajan para la cárcel, otros para salir de ella.
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