Dirigida
por Joachim Trier, El amor es más fuerte que las bombas es una película sobre
fantasmas a medida. Del cuarteto protagonista –madre, padre, hijos- ninguno ve
los mismos y ninguno es capaz de dejar de ver el que ve: el padre, viudo, ve
dos hijos que no son los que realmente tiene, por eso apenas es capaz de
comunicarse con ellos. La madre, fallecida, es el espectro más obvio: se
aparece a su hijo pequeño, y a su vez, mientras sigue viva, no puede evitar
verse como un espejismo en su propia casa, una presencia que regresa tras
largos meses de viaje para descubrir que su familia ha aprendido a no
necesitarla. El hijo mayor de ambos desdeña a su mujer y su hija recién nacida
para concentrarse en ese espectro clásico que proporciona reencontrarse a una
antigua novia. Finalmente, el hijo pequeño, además de ver a su madre
eventualmente después de muerta, cree tener poderes, incluso posibilidades de
que una chica del instituto, de la que parece separarle una galaxia, se sienta
atraída por él.
Quizá
porque cada uno vive acostumbrado a su propio espectro, algunos intentan
convencer al otro de los peligros de ver al respectivo: el hijo mayor intenta
convencer al pequeño de que no se exponga a la chica que le gusta o la burla
general le destruirá; éste, más original, odia a su padre porque intenta querer
a otra mujer, quien, a su vez, se queja de que su relación sea fantasmal de
tanto ocultarla. Más profundamente, la doble vida se superpone al espectro: el
padre la descubre en la madre, que le fuera infiel. El hijo mayor borra las
pruebas de la traición materna al mismo tiempo que se lanza, él mismo, a mentir
a su mujer. A otro nivel, el hijo pequeño, que parece incomodísimo al vivir en
el mundo real, halla en el mundo virtual de los videojuegos un lugar más acogedor.
Cuando su padre, incapaz de lograr hablar con él, se registra e introduce en el
mismo videojuego que su hijo, éste le decapita nada más verle.
Que la memoria de la madre, fotógrafa de guerra, esté ligada al testimonio obvio y explícito de cientos de imágenes dejadas por ella, aunque hablen de desconocidos, cuenta también esa cualidad de la memoria que es la extrañeza, la forma en que, reconstruyendo a alguien, lo fabricamos de nuevo, esta vez a medida de nuestros miedos y anhelos. Lo que recordamos somos nosotros en lo recordado, por eso las madres distintas a partir de los mismos rasgos son explosiones diferentes, hablan del combustible que atesora cada uno. No es el amor contra las bombas, sino contra uno mismo.
Que la memoria de la madre, fotógrafa de guerra, esté ligada al testimonio obvio y explícito de cientos de imágenes dejadas por ella, aunque hablen de desconocidos, cuenta también esa cualidad de la memoria que es la extrañeza, la forma en que, reconstruyendo a alguien, lo fabricamos de nuevo, esta vez a medida de nuestros miedos y anhelos. Lo que recordamos somos nosotros en lo recordado, por eso las madres distintas a partir de los mismos rasgos son explosiones diferentes, hablan del combustible que atesora cada uno. No es el amor contra las bombas, sino contra uno mismo.
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