21 marzo 2016

antes de que cante el gallo en órbita


Escribe Ernesto Caballero en el programa de mano de Galileo, que viene de verse en el Valle Inclán, que el tema de la obra es “la responsabilidad social de la ciencia”. Pero más diría uno que lo que escribió Brecht versa sobre la responsabilidad social ante la ciencia, cuando no ante toda forma de libertad individual. De tratar de los anhelos de resistencia a la tortura que desean quienes no son torturados, la obra trataría del drama de Galileo ante sí mismo, de su traición a lo que defendiera mientras era libre. Uno cree que es otra frase la que dictamina de qué responsabilidad social habla la obra, y es justo una de sus más afamadas: “pobre del país que necesita héroes”.
La iglesia del siglo XVII es en el texto el mismo dragón que la pusilanimidad con que el gobierno de Florencia echa al fuego, no a quien desafía la verdad aceptada, sino la misma verdad. Ese matiz –que la verdad no depende de la aceptación- no es defendido solo por Galileo y sus discípulos, de hecho el drama aparente –la traición a uno mismo- sucede de fondo de una traición triple, de resonancias apropiadamente bíblicas: tres son las veces en que la iglesia le da la razón –no en cuanto a su derecho a la búsqueda, sino en cuanto a los resultados de la búsqueda.
Primero es el padre Clavius, astrónomo jefe vaticano, al que, encomendada la labor de confirmar o negar sus descubrimientos, le da la razón. Después será un monje el que afirme la validez de sus investigaciones. Finalmente, el mismo Papa se rebela ante la idea de anular sus conclusiones matemáticas. Y a cada confesión previa al canto del gallo sigue el del león: las bocas que se abren para admitir, para reconocer, se cierran dando dentelladas. La inquisición prohíbe la teoría de Galileo sin prohibir los ojos de Clavius. El monje que se pone de su lado explica el fin del consuelo si se propagara la verdad. El papa claudica ante el inquisidor y su retahíla de consecuencias políticas para la santa sede.
“De pronto hay mucho sitio” –dice Galileo acerca del universo recién revelado. Pero lo que dice es que el vacío se ha adueñado del espacio inmenso que pensó para albergar la nueva realidad. Si el sol ha dejado de girar en torno a la tierra, no significa que a las esferas celestes les guste la idea. Como con la libra de carne humana que la corte de Venecia hurta a Shylock con mañas de trilero, la que se niega a pagar Galileo habla del sistema fijo que rige la explicación del mundo en manos de quienes tienen poderosos intereses en que la verdad se supedite a la rentabilidad de la otra opción.
A Brecht, que reescribió tres veces su obra, le dio tiempo para entender a Galileo más de lo que habría deseado: recuerda Marcos Ordoñez en El País 20.2 cómo Brecht, de regreso a Alemania, “calló ante los procesos de Moscú, apoyó la represión de la causa obrera en 1953. Galileamente, incluso reescribió, por orden de las autoridades de la RDA, el mensaje pacifista de El proceso de Lúculo para ponerlo al servicio de la “la guerra antiimperialista de Corea”.
Como un segundo telescopio, éste apuntado hacia las entrañas eclesiásticas, en la sala de arriba del Valle Inclán ha venido representándose El testamento de María, de Colm Toibin. En ella, la historia parecida de la vida bajo vigilancia, de la pulsión por escribir a escondidas lo que realmente sucedió. Que ambas hablen del control de la realidad por parte de la iglesia lo hace también de la traición, no a lo que se ignora o se teme -que tendría sentido- sino a lo que, sabiéndolo cierto, se niega. “Quien no conoce la verdad es un zoquete. Pero quien la conoce y la llama mentira, es un criminal” –escribieron a medias Brecht, Galileo y acaso María de Nazaret.

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