22 marzo 2016

El precio de la sal que es todo el plato


El mundo que en 1952 aconsejó publicar a Patricia Highsmith su novela sobre lesbianismo con el título El precio de la sal, sugirió tres años más tarde el del zinc o el algodón en la obra de Tennessee Williams La gata sobre el tejado de zinc. Emboscar en materias primas lo que se consideraba antinatural provocó cientos de cartas a Highsmith agradeciéndole que en sus historias de amor homosexual no se matara nadie, y en el caso de Williams, acaso preguntándole si Brick es lo que parece.
Cuando Noël Coward escribió sobre el amor imposible en la película de David Lean Breve encuentro (1945), lo hizo, no acerca del que mejor conocía –el homosexual-, sino del que un hombre y una mujer casados afrontaban en la Inglaterra de la época. Hay que esperar a la penúltima escena para ver asomar algo de la verdad sobre la impotencia real en quien no podía permitirse amar en público: al separarse para siempre, ella intenta matarse, jura no querer sentir nada más el resto de su vida. A Coward y a Williams se les hubieran salido los ojos de las órbitas al ver lo que Ang Lee hizo en Brokeback Mountain en 2005, o Abdellatif Kechiche en La vida de Adele en 2013.
Si la culpa era un automatismo moral en el tratamiento de la infidelidad en los años cuarenta, lo que Highsmith volcó en Carol –eliminada la sal del título original- superaba la culpa y proyectaba el derecho a amar por encima de culpables e inocentes: si su relación con Therese parece supeditada, prohibida, en función del chantaje que se le exige para poder ver a su hija pequeña, finalmente escoge no traicionarse a sí misma, como si llegado a ese punto de la transgresión social, más mereciera seguir adelante que perderlo todo. Extraña que la reacción contra la inmoralidad del amor homosexual no atacara en primer lugar a la desnaturalización más básica posible: renunciar a tu hija para poder estar con tu novia.
Solo que no era así, y Highsmith se cuidó mucho de contar que la separación de madre e hija la decidían quienes no eran una u otra. Nadie que lea la novela deja de entender que es justo la voluntad de ambas la que pierde todo derecho a ser escuchada. No se nos dice que la niña sea homosexual, asi que la inferioridad moral ha de basarse tanto en ser mujer como en que te gusten.
Highsmith compensó con otros dones: la mentira en Coward no existe en Carol: no hay vergüenza, no hay culpabilidad que paralice. Y no porque ambas estén solteras: una se halla en pleno divorcio, y la otra deja a su novio a la primera ocasión. La confesión de la protagonista de Breve encuentro –“es tan fácil mentir cuando sabes que confían en ti”- tiene en Carol su reverso exacto: la necesidad de decirte la verdad. Decencia y dignidad consisten aquí en no avergonzarte de lo que amas.
E incluso podría tener su núcleo a mayor profundidad: apenas comenzada la novela, Therese –19 años, temporalmente trabajando en unos grandes almacenes que la alienan- dice sentir cómo en ese trabajo anodino “se intensifican las cosas que siempre le habían molestado. Los actos vacíos, los trabajos sin sentido que parecían alejarla de lo que ella quería hacer o de lo que podría hacer hecho… la sensación de que todo el mundo estaba incomunicado con los demás, de estar viviendo en un nivel totalmente equivocado, de manera que el sentido, el mensaje, el amor o lo que contuviera cada vida, nunca encontraba su expresión verdadera. Le recordaba conversaciones alrededor de mesas con gente cuyas palabras parecían revolotear sobre cosas muertas e inmóviles, incapaces de pulsar una sola nota con vida. Cuando uno intentaba tocar una cuerda viva, lo hacía mirando con la misma expresión convencional de cada día.” Nadie que diga eso en la página 17 recorre las siguientes 300 de forma pusilánime.
En el proceso de crecimiento personal de Therese, la mirada desde la que se ama se equilibra: si Carol comienza novela, y película, como el foco que alumbra la llegada, tímida y supeditada, de Therese, al final es ésta la que, madurada vía dolor, brilla con una luz que convierte a Carol en la polilla incondicional. Si Therese pierde algo parecido a la inocencia en el proceso, Carol gana otra Carol. Ninguna de las dos podría lamentarlo.
El país en que nació y vivió Highsmith atravesó la década de los cincuenta como atravesaba la noción de amor homosexual: entre la paranoia y el optimismo. Cuando Todd Haynes nació en 1961, la guerra fría se había quedado con la paranoia y la década de la contracultura empezaba a apropiarse del optimismo. 65 años después de haber iniciado su relación en la novela, Carol y Therese tendrían 95 y 75 respectivamente de haber vivido para ver la película que Haynes rodó en 2015 a partir de la novela de Highsmith. La hija de la primera habría crecido en un mundo donde a sus treinta años podía escogerse amar a alguien de tu mismo sexo sin que una novela hubiera de explicar al mundo la rareza, el valor inmenso de esa decisión.“Si todo fuera real” –dice Therese en 1952. “Algunas cosas no reaccionan, pero todo está vivo” –dice uno de los hombres que aspiran en vano a estar con ella.
Highsmith escribió Carol tras publicar Extraños en un tren, apenas tres años después de que Coward imaginara un tren como escenario del encuentro y la pérdida de sus amantes. Una vez las cartas de gratitud dejaron de llegar, Highsmith debió de sentir con una nitidez perfecta que la normalización del amor homosexual era apenas la normalización del amor: es decir, querer matarse cuando no puedes estar con quien quieres, y no ser matado –como en Brokeback Mountain- por desearlo.
Entre Highsmith y Annie Proulx, Ettore Scola coescribió y dirigió Una jornada particular (1977), retrato sutil de la homosexualidad castrada en su comportamiento público en la Italia fascista, y cómo ni eso evitaba la detención y la presumible ejecución. La monstruosidad moral –es decir, el castigo de esa opción sexual- que hoy solo asoma sus dientes podridos en algunos lugares del mundo es, en la novela de Highsmith su triunfo final: la conquista de esa palabra en la definición del amor que ambas anhelan y temporalmente no tienen –“un monstruo que se situaba entre las dos y las encerraba en un puño”.

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