30 julio 2015

un revés menos



Dentro de la ópera de Philip Glass El americano imperfecto (2013) había un libro de Peter Stephan Jungk, escrito doce años antes, gobernándolo. Dentro de éste, la vida imaginada de Walt Disney. Y dentro de ésta, su encuentro con Lincoln en el parque temático que aquel creara. Es decir, con el autómata que le recrea y cuyas averías recurrentes solo el propio Disney puede arreglar.
Dotado de movimientos suficientes para recrear, hace seis décadas, la ilusión de estar delante de Lincoln, en el que se habían grabado fragmentos extraídos de sus discursos, cuando un Disney envejecido se presenta y pide que le dejen a solas con su autómata, es para reprocharle cosas, para mantener una conversación de tú a tú que finaliza de forma abrupta al volverse la maquinaría contra el creador, agredirle, como si la profesión de animador permanente al que se le hubiera confinado explotara contra el responsable, una vez solos, sin testigos.
Transcurridos cincuenta años de la muerte de Walt Disney, su más luminosa posesión –Pixar-, construida en buena parte sobre el éxito de esa historia de cosas inanimadas que cobran vida que es Toy Story, refulge con una luz enésima que viene, como en aquel Lincoln peleado con su demiurgo, de las voces que, sonando igual, pudieran querer cosas distintas, pelearse por nosotros o con nosotros.
Dirigida por Pete Docter y Ronnie del Carmen, Al revés (2015) es una fábula sobre lo que nos gobierna, y más hondamente, sobre la negociación que, a puerta cerrada, libran nuestros sentimientos en el arte de turnarse nuestros actos. Y que en ese mac guffin magnífico, incluso si centrada en la peripecia de una niña de once años, halla la forma de hablar de obsesiones, miedos y deseos no dichos que gobiernan a los adultos.
Porque si hay (digamos) setenta y seis tiempos distintos que laten a la vez en el alma, ¿cuántas personas diferentes no habrá que se alojan, en uno u otro tiempo, en cada espíritu humano? De modo que es lo más natural que una persona llame, en cuanto se queda sola. ¿Orlando? (si tal es su nombre) significando con eso: ¡”ven, ven! Este yo me harta. Necesito otro”-escribió Virgina Woolf en Orlando.
Reducidos los sentimientos a cinco, que la alegría y la tristeza se vean obligadas a trabajar juntas, a intercambiar los papeles, no solo expone la convivencia con que Pixar y Disney se turnan el dominio planetario de su industria, también ese prodigio del guión infantil que es hacer a la tristeza protagonista de la historia, no el perdedor sino el héroe final. Los primeros quince minutos de Up y especialmente de Wall-E son ejemplos aún más explícitos del triunfo de la tristeza.
La pérdida, la soledad, el desamparo permean el cine de Pixar como si éste se proyectara en salas individuales en los que los niños hubieran sido dejados a su albur. El gigantismo de Del revés radica en que justo eso es lo que sucede en el mundo a cada instante -pérdida, soledad, desamparo- y nadie se libra de quedarse a solas con sus enemigos un rato cada día. Aún va más allá, al sugerir que lo que llamamos enemigos internos pudieran estar aquí para salvarnos, justo cuando menos lo esperemos.
Qué más reconociblemente adulto que sentir cómo, incluso cedido el control a la ira, el miedo, el asco o la tristeza, jamás dejamos de añorar la alegría, de echarla de menos, incluso nada más echarla. O esa otra metáfora magnífica que es demostrar que el olvido existe dentro de nosotros, que hay cosas que no volverán, para mostrar simultáneamente que no siempre, que incluso de esa muerte podrías regresar.
Enésimamente también, es puro, redivivo, Pixar en algo que Disney naufraga una y otra vez: la vigencia de sus materiales, la forma en que Monstruos S.A., Los increíbles, Ratatouille o cualquiera de las entregas de Toy Story reformulan angustias reconociblemente contemporáneas –el uso del temor social como inversión rentable, la desintegración familiar, la marginación en función de tu origen, el abandono programado, previsto, sabido.
Esperada, deseada desde que Toy Story 3 marcara el último trabajo magistral de Pixar hace ya un lustro, la brillantez de Del revés también simboliza el vehículo narrativo que utiliza: la importancia de los recuerdos, de lo que fuiste y eres, de lo que no puedes permitirte perder. Y que tan claramente habla del pasado reciente y no tan lustroso de Pixar, como de las cinco secuelas que llegarán en los siguientes cuatro años.
Cerrando los títulos de crédito, figura por primera vez la lista completa de todos aquellos que trabajan en Pixar, cada una de las piezas exactas de algunos de nuestros mejores recuerdos de la última década. Guardados a salvo, listos para ser reactivados como hiciera Walt Disney al ubicar al modelo político por excelencia de su país –Lincoln- en un sitio hecho a medida: la calle principal de Disneylandia estaba hecha a partir de sus recuerdos de la que habitara de niño, en Marceline, Missouri. 

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