03 julio 2015

Horner, tenemos un problema


Inserto en la industria en plena época dorada de una modalidad, la música de cine, dominada por Jerry Goldsmith y John Williams, la aparición de James Horner en la década de los 80 trajo también un elemento a la altura del sonido de sus maestros: la capacidad de que sus melodías sonaran reconociblemente suyas, a veces demasiado. De cuantos nombres surgieron en su área de trabajo en los últimos treinta años, el suyo fue simultáneamente el de más éxito (junto con Gustavo Santaolalla, Thomas Newman, y recientemente Alexandre Desplat y Michael Giacchino) y el que, en paralelo a Alan Menken, quizá también el que más precio pagó por su éxito. Acaso su mejor música sea la que menos nombre alcanzara en la lista de recaudación –El nombre de la rosa, Buscando a Bobby Fisher, Gorky Park. Hace solo unos meses la Orquesta Nacional abordaba su concierto anual dedicado a la música de cine, y junto a obras de titanes como Herrmann, Waxman o Williams, sonaba el adagio magnífico que Horner compusiera para el inicio de Aliens. Williams le sobrevive, como a todos. 

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