Como si El rey desnudo de Andersen escogiera
quitarse sus últimos ropajes para que se le preste la atención debida, el strip
tease de las autoridades chinas en su empeño por prohibir las operaciones
bursátiles a corto plazo mientras prohíbe a los tenedores públicos de acciones
vender las suyas tiene el patetismo de una economía comunista pillada en el
vestidor del capitalismo más previsible. Habiendo perdido los índices de
Shanghái y Shenzhen una tercera parte de su valor en solo un mes, las medidas
feudales que se quieren, súbitamente, a caballo desde Pekín viajan por una
carretera asfaltada para el desplazamiento velocísimo del dinero de propiedad
no controlable: más del 80% del volumen bursátil chino está en manos de
inversores particulares a los que no se puede obligar a no vender porque, al
albur del capitalismo convenido, ya se les ha obligado a comprar. Qué sino espejo
de una economía corrompida por podredumbre de las cuerdas con la que se la ata
es el deseo urgente de prohibir las operaciones basadas en emitir una orden de
venta sin llevarla a cabo, para empujar a la baja el precio de la acción,
comprarla entonces y obtener beneficios.
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