Como un acorde que
honrara las dos piezas del concierto, la primera de las piezas que regala el violonchelista
armenio Narek Hakhnazaryan incluye la rareza de escuchar al propio solista
cantar lo que a ratos parece la imitación de riffs guitarreros, y a ratos un
mantra budista que aliviara el dolor de Dvorak al escribir su Concierto para
chelo en si menor mientras la hermana de su esposa, de la que también estuviera
enamorado, agonizaba, y la agonía propia que Chaikovsky volcara en su sinfonía
postrera.
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