Cervantinamente, en nuestro país el límite
de una ciudad lo marcan las grúas que se creen gigantes demasiado tiempo. Recorrer
Valdebebas en bicicleta permite rodar durante horas por la idea cuidadosamente asfaltada
de un país que envía avanzadillas para un ejército que no puede permitirse avanzar
un metro más, estancado muchos metros por detrás. También por ese postfuturo de
las distopías noveladas que imaginan un mundo sin habitantes, solo que aquí los
que ya no están son los que no llegaron a habitarlo. Formado por parcelas inmensas
de las que hubieran huido los pocos edificios que hay para refugiarse, y consolarse,
los unos cerca de los otros, sus calles impolutas tienen la pulcritud, la perfección
teórica de los planos a los que se hubiera añadido árboles solo para que la
recreación en 3D sea más verosímil. Incluso la visión cercana del aeropuerto
permite escuchar el sonido de aviones que no se ven despegar o aterrizar. Recorrer
Marte no ha de ser muy distinto. Solo más barato.
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