04 junio 2015

De las páginas de Wells



Cervantinamente, en nuestro país el límite de una ciudad lo marcan las grúas que se creen gigantes demasiado tiempo. Recorrer Valdebebas en bicicleta permite rodar durante horas por la idea cuidadosamente asfaltada de un país que envía avanzadillas para un ejército que no puede permitirse avanzar un metro más, estancado muchos metros por detrás. También por ese postfuturo de las distopías noveladas que imaginan un mundo sin habitantes, solo que aquí los que ya no están son los que no llegaron a habitarlo. Formado por parcelas inmensas de las que hubieran huido los pocos edificios que hay para refugiarse, y consolarse, los unos cerca de los otros, sus calles impolutas tienen la pulcritud, la perfección teórica de los planos a los que se hubiera añadido árboles solo para que la recreación en 3D sea más verosímil. Incluso la visión cercana del aeropuerto permite escuchar el sonido de aviones que no se ven despegar o aterrizar. Recorrer Marte no ha de ser muy distinto. Solo más barato.

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