03 junio 2015

a lomos del problema


Escribe César Antonio Molina en El País 18.4 que “la biblioteca es una identidad individual, y el archivo de Internet es una memoria masiva, una posibilidad nueva que se da a quienes siempre la tuvieron y tampoco antes la utilizaron”. Y lo que quiere decir es quizá que la propiedad del conocimiento, que caracteriza a una biblioteca propia, se distingue de la que permite Internet en que por fuerza obliga a desechar diez, cien opciones cada vez que una llega a las estanterías del salón. Solo que eso no implica su opuesto: que quien surca Internet lo haga para quedarse un minuto en cada página, o que todo lo que oferta Google constituya un camino de baldosas amarillas. Una biblioteca individual es, logrado cierto tamaño, también una memoria masiva, y cada libro nuevo que se incorpora a ella, una posibilidad nueva que se da a quienes antes no la utilizaron porque ese libro no había sido escrito. En su posibilidad de crear un nuevo libro en función de por qué página se escoja abrirlo cada día, Internet se parece más a Rayuela o a la Biblia, que necesariamente a un creador de banalidad, brevedad y fugacidad. La utilidad de un caballo para desplazarse por una ciudad no caduca solo porque las calles estén asfaltadas para coches. Basta con dar a caballos y coches establos diferentes. 

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