Se
loa justamente el papel del papa Bergoglio en diversos casos históricamente perdidos,
súbitamente encontrados, y la pregunta acerca de la capacidad de presión de una
multinacional más, aunque ésta lo sea de la moral, es menos relevante que la
que plantea escuchar la voz de quien, representando a un dios, es inesperadamente
coherente con lo que de aquel se dice querer o esperar. Uno no imagina al presidente
de un país negociando con el papa como si hablara con dios, asi que lo que ha
de ocurrir es simplemente el encuentro de un hombre con otro, simbolizando
ambos el apoyo de millones de fieles. Así, que el mediático Wojtyla o el acorralado
Raztinger no hicieran en lustros lo que éste Bergoglio en un año habla de esa
cualidad de la iglesia católica recogida en el nuevo testamento: la capacidad
de usar el agua del bautismo para lavarse las manos, puesto que, de acuerdo los
poderes con el pueblo, quién querría crucificar a Barrabás si se puede someter
a referéndum, aunque se sepa sobornado.
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