18 abril 2015

entre el miedo y el bostezo



Los tres niños de entre 7 y 10 años ubicados en la segunda fila del patio de butacas del Auditorio Nacional el 10 de abril asombrosamente aguantan sin chistar las músicas de Bernard Herrmann para Hitchcock, la directamente tétrica de Wojcieck Kilar para el Drácula de Coppola, o el adagio tristísimo de James Horner para Aliens. Y quizá lo hacen mirando de reojo, sin entender a qué les han traído, el programa de mano en el que, bajo el epígrafe “Monstruos y villanos” nombra la aproximación de este año de la Orquesta Nacional a la música de cine. Clásicamente, los susurros que discretamente acompañan la presencia infantil en un concierto hecho de material adulto, se transforman en “bravos” cuando los últimos temas resultan ser algunos de los compuestos por John Williams para La guerra de las galaxias.
La apuesta del INAEM por convocar a públicos más jóvenes a un espacio habitualmente ocupado por músicas del XVIII, XIX y XX pasa, desde hace algunos años, por emplear las músicas compuestas para cine –y este año, los videojuegos- como cebo con que iniciar en sonidos que, llegado el tiempo, podrían incluir a Mozart, Bach o Shostakovich. De las apuestas de este año –una proyección de La comunidad del anillo con música en directo, y el programa de videojuegos- el programa del día 10 es el peor hilvanado, y no necesariamente por culpa del INAEM. Loable como sea llevar a tres niños a un concierto de música sinfónica, es peculiar hacerlo a partir de la lectura del programa que sus padres pudieron consultar en la web. Aunque solo sea porque el INAEM oferta programas para niños, de menor duración y más claro enfoque pedagógico.
Como el propio niño, la música de cine no está obligada a sonar bien, a ser autónoma en una sala de conciertos, despojada de las imágenes para las que creada. Y lo que un adulto extrae de su memoria para completar el nexo es un imposible para un niño de esa edad, que, de los temas de las doce películas escuchadas, apenas habrá visto La sextalogía galáctica. Uno habría dado una oreja por escuchar lo que los niños de detrás decían a sus padres mientras sonaba la Cantata de las nubes de tormenta, que Arthur Benjamin compusiera en 1934 para la primera versión de El hombre que sabía demasiado. 

No hay comentarios: