Recala
el Globe londinense en Madrid como parte de la gira que lleva su montaje magnífico
de Hamlet por todo el mundo –todo es justo eso, los 205 países- durante dos
años, y El País recoge esto de su director, Dominic Dromgoole: “Hamlet es una obra cambiante que obtiene
respuestas muy distintas en distintos lugares. Retadora allí, inspiradora allá,
como consuelo en otro sitio”. “Consuelo” y “Hamlet” son, en una misma frase,
lo que la cabeza y el resto del cuerpo de Rosencratz una vez desembarcados del
barco que les trae de Dinamarca: una idea sin vasos sanguíneos que la unan a la
otra idea.
No
abundan las obras de Shakespeare en las que el consuelo juega un papel –esto es,
obtenido y no solo necesitado-, y más fácilmente es hallarlo, por su propia naturaleza,
en comedias –pienso en El sueño de una noche de verano-, y aun más fácilmente
en aquellas en la que su ausencia es tanta como el deseo de hallarlo -Coriolano,
El mercader de Venecia, Otelo, El rey Lear.
Aún
sin que eso les convierta en inocentes, el dolor de Coriolano, de Shylock, de
Otelo, de Lear no tiene consuelo posible, como tampoco el de las víctimas de
Ricardo III o de Macbeth. Con toda su vastedad, Hamlet es el reino del
desconsuelo: no lo tiene Ofelia, que muere enloquecida; el rey Hamlet, sin paz
una vez muerto; Polonio, que lo hace en el lugar de otro; Laertes, que pierde
incluso cuando gana; el rey Claudio, que ni un segundo goza de su reino robado;
Gertrudis, a la que asedian los fantasmas de los vivos y los muertos; por
supuesto el príncipe Hamlet, que aúna los secretos de todos e incluso el de los
muertos (además de hablar con el espectro de su padre, lo hace con el cráneo de
su antiguo bufón).
Y
sin embargo Dromgoole tiene razón, en la medida en que la tiene este montaje. Ágil,
cuidadoso, hondo, divertido y creativo, sin un minuto concedido a lo que
sabemos de la obra, o lo que creemos saber de su personaje principal, el consuelo
inmediato, que se inhala nada más sentado a la butaca, es el de no ver como
obligatorias las visiones rutinarias, sabidas, que junto a un personaje
centenario entregan la visión prevista, o más fácilmente reconocible, y que purgan
en Shakespeare lo mismo que en Lope, Moliere o Lorca: la obra contada a partir
del hecho probado de que nos sabemos el final. Consuelo de que el barco que
expulsa a Hamlet al final del acto tercero no llega nunca a Inglaterra y sigue
viaje hasta hoy, en la flotilla en la que viajan también el holandés errante, el
capitán Achab, el Nautilus, Ulises o la Hispaniola.
No hay comentarios:
Publicar un comentario