En Rinoceronte, Ionesco dejó una pista extraña para llenarla a continuación de pisadas, justo antes de que la epidemia de gente convertida
en rinoceronte se haga obvia, y esa trama –la de seres animalizados vaya
extendiéndose hasta dejar solo a su protagonista, Berenger- acabe por hacer
irrelevante aquella. Dudosamente es lo que Ionesco querría, porque justo ese
último hombre es el que, al principio de la obra, se declara cansado de
existir, sin ganas de seguir viviendo, “incómodo
en la existencia, entre la gente”. ¿Por qué esa información –junto a su
alcoholismo, la única que tenemos de él- si será él quien no sepa cómo
convertirse en rinoceronte, él quien quede en soledad representando, junto a su
amada Daisy, lo humano? ¿Qué de esencial hay en esa capacidad humana de
considerar la vida renunciable? ¿Tiene razón Daisy al afirmar que son ellos,
los rinocerontes, los felices, los plenos, los evolucionados? ¿Qué cuentan los
rinocerontes a partir del ejemplo afiebrado de la única transformación a la que
asistimos, la del totalitario Juan? ¿Qué es Berenger al finalizar la obra igual
de solo que la empezara?
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