De las ciudades desaparece poco a poco lo mismo que,
meses o años antes, desapareciera de las mesas o de las estanterías de casa. Al
estertor que viven las librerías le siguen el infarto interminable de tiendas
de discos, lugares en los que comprar películas y, último caído, los kioscos
que al cerrar van dejando unos sarcófagos que guardan las momias de la lectura
de periódicos y revistas, dejados morir por la sociedad a cambio de su
reencarnación en su forma virtual y gratuita. Como ocurre con el impacto del
IVA en el teatro, esa otra vida es, progresivamente, la de cuerpos zombis que
intentan seguir moviéndose con cada vez menos sangre en las venas. Lo que el
gobierno hace con saña a la cultura, se lo hace a la lectura la mezcla de
desdén y precariedad, a merced de la deriva de Internet de un lugar en el que
avizorar contenidos, a uno que llena de entretenimiento lo que no hace tanto,
en su ausencia, llenaba, entre otras actividades, la lectura de periódicos. Bien
sabe uno, y lo publican éstos, que no hay vuelta atrás y el declive de la
lectura traerá el de los lugares donde poder comprarla, y así la
retroalimentación. Los kioscos convertidos en bazares en los que lo que menos
se despacha es el papel impreso son el eslabón entre nuestro mundo y la década
siguiente. Muchas cosas que la crisis se ha llevado no volverán y nadie elevará
la voz para decir que la lectura diaria del periódico sea una de las que más
necesita un país con 6 millones de parados. Pero quién podría no decir que el
despeñarse general de un país es, más a largo plazo, el de sus hábitos
educativos y culturales.
Un estudio reciente del CIS aporta que el 35% de los
españoles no lee nunca. Y de éstos, el 42% dice no leer nunca porque no le
gusta o no le interesa. De los que leen, el 61% lo hace para distraerse, y el
género predilecto, la novela histórica. Un 31% no lee nunca prensa. La mitad de
los encuestados no adquirió un solo libro el año pasado, y el 70% no pisó una
biblioteca. El 50% de los que leen declaró haber leído un máximo de cuatro
libros en un año. Al 60% el teatro le interesa poco nada, un 60% si hablamos de
artes plásticas, un 75% si de danza. Piadosamente, el 41% que dice leer prensa
todos o casi todos los días no tiene que responder a si es prensa deportiva. Incluso
el dato más alentador parece el menos creíble: el 29% declara leer todos o casi
todos los días. Sondee a su familia y amistades, a ver en qué queda ese
porcentaje en realidad. Si una forma del equilibrio social es equiparar la
oferta y la demanda, el camino correcto llegará por su propio pie a medida que
las generaciones más jóvenes, educadas en la literatura hecha del teclado de su
móvil, inclinen el hábito lector hacia el abismo que ya asoma, imparable. No se
echa en falta lo que no se quiere tener. Pero la huella de esa ausencia se
quedará a vivir dentro de la sociedad, como el ADN fósil pervive. Y cuando
llegue el momento, y alguien quiera emplearla para llevarnos a un sitio peor, su
espectro asomará como algo cuyo valor ya no se reconoce y del que preguntarnos
cuándo lo perdimos. Bien: lo perdimos hoy. Brechtianamente, cuando vengan a por
cada uno de nosotros, no habrá ya periódicos, libros o discos en que
refugiarnos.
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