18 enero 2015

cómo construir un desierto



De las ciudades desaparece poco a poco lo mismo que, meses o años antes, desapareciera de las mesas o de las estanterías de casa. Al estertor que viven las librerías le siguen el infarto interminable de tiendas de discos, lugares en los que comprar películas y, último caído, los kioscos que al cerrar van dejando unos sarcófagos que guardan las momias de la lectura de periódicos y revistas, dejados morir por la sociedad a cambio de su reencarnación en su forma virtual y gratuita. Como ocurre con el impacto del IVA en el teatro, esa otra vida es, progresivamente, la de cuerpos zombis que intentan seguir moviéndose con cada vez menos sangre en las venas. Lo que el gobierno hace con saña a la cultura, se lo hace a la lectura la mezcla de desdén y precariedad, a merced de la deriva de Internet de un lugar en el que avizorar contenidos, a uno que llena de entretenimiento lo que no hace tanto, en su ausencia, llenaba, entre otras actividades, la lectura de periódicos. Bien sabe uno, y lo publican éstos, que no hay vuelta atrás y el declive de la lectura traerá el de los lugares donde poder comprarla, y así la retroalimentación. Los kioscos convertidos en bazares en los que lo que menos se despacha es el papel impreso son el eslabón entre nuestro mundo y la década siguiente. Muchas cosas que la crisis se ha llevado no volverán y nadie elevará la voz para decir que la lectura diaria del periódico sea una de las que más necesita un país con 6 millones de parados. Pero quién podría no decir que el despeñarse general de un país es, más a largo plazo, el de sus hábitos educativos y culturales.
Un estudio reciente del CIS aporta que el 35% de los españoles no lee nunca. Y de éstos, el 42% dice no leer nunca porque no le gusta o no le interesa. De los que leen, el 61% lo hace para distraerse, y el género predilecto, la novela histórica. Un 31% no lee nunca prensa. La mitad de los encuestados no adquirió un solo libro el año pasado, y el 70% no pisó una biblioteca. El 50% de los que leen declaró haber leído un máximo de cuatro libros en un año. Al 60% el teatro le interesa poco nada, un 60% si hablamos de artes plásticas, un 75% si de danza. Piadosamente, el 41% que dice leer prensa todos o casi todos los días no tiene que responder a si es prensa deportiva. Incluso el dato más alentador parece el menos creíble: el 29% declara leer todos o casi todos los días. Sondee a su familia y amistades, a ver en qué queda ese porcentaje en realidad. Si una forma del equilibrio social es equiparar la oferta y la demanda, el camino correcto llegará por su propio pie a medida que las generaciones más jóvenes, educadas en la literatura hecha del teclado de su móvil, inclinen el hábito lector hacia el abismo que ya asoma, imparable. No se echa en falta lo que no se quiere tener. Pero la huella de esa ausencia se quedará a vivir dentro de la sociedad, como el ADN fósil pervive. Y cuando llegue el momento, y alguien quiera emplearla para llevarnos a un sitio peor, su espectro asomará como algo cuyo valor ya no se reconoce y del que preguntarnos cuándo lo perdimos. Bien: lo perdimos hoy. Brechtianamente, cuando vengan a por cada uno de nosotros, no habrá ya periódicos, libros o discos en que refugiarnos. 

No hay comentarios: