22 enero 2015
15ª parte del agotamiento
Exigidas más fuerzas de las aparentemente disponibles,
Bilbo Bolsón y el espectador terminan el viaje por esa trilogía con la sensación
de haber elegido, de entre los caminos largos, el que más. Y sintiendo haber
pasado varias veces por los mismos sitios, o ya puestos, por el mismo en cada
una de las vueltas argumentales. Y con todo, hay algo de asombroso en que esa
fatiga no sea absoluta, en que no te quite la sensación de haber asistido a
algo que, incluso teniendo más mérito que calidad por hora rodada, brilla con
un fulgor inesperado, acaso con la forma de ese reproche tan leído estos días
–la desmesura de estirar un libro de 200 páginas hasta hacer de él una trilogía
de ocho horas- y que pudiera tener su mejor logro en poder ser apreciado al
revés: lo arduo de estirar el material hasta segregar una epopeya que, de
cansar, solo lo hace por familiaridad con tramas y personajes, no porque la
acción decaiga o porque sus subtramas sean débiles o mal hilvanadas. Para quien
quiera apreciar el logro de Peter Jackson, recién lograda la trilogía de El
hobbit, no solo atinadamente solvente sino con la dificultad añadida de suceder
antes de la trilogía de El señor de los anillos, puede repasar el único ejemplo
previo de semejante ambición: el que George Lucas dejara terminado en 2005. Y
qué si no un Jedi añejo es Gandalf.
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