04 junio 2014

viajes cercanos


Uno llega a la puerta del Auditorio Nacional y descubre que ha extraviado la entrada que estaba en su bolsillo. Dejada en el taxi o caída en el breve paseo una vez salido de él. Entre adquirir otra en ese instante y volver a casa frustrado, escojo lo segundo para poder aprender la lección, y en el camino de vuelta hallo la entrada, doblada como estaba, y con una huella de zapato impresa, que acaso sirve para que el aire no la desplazara hasta un asiento inencontrable. Obvio que el concierto se vuelve desde ese instante más apetecible, una vez dentro espera la misma secuencia: si el Concierto para violonchelo y orquesta en re mayor, de Haydn, emplea apenas a dos docenas de instrumentistas, dejando vacías la mitad amplia de las sillas que hay en el escenario, la segunda sinfonía de Mendelssohn ocupa no solo esas sillas, sino también parte de las del coro y la del organista, como si lo que encuentras añadiera matices a lo que perdiste. Compuesto de tres movimientos y una cantata, y honrando en su día el cuarto centenario de la invención de la imprenta por Gutenberg, ilustra doblemente lo anterior, al disponer al final de la sinfonía justo aquello –la oralidad- que precediera la invención de la fijación industrial de la letra. Horas después, en los Teatros del Canal, una versión de cámara –un piano haciendo de orquesta- de Katia Kabanova, de Janacek, forjada en el Théatre des Bouffes du Nord, aporta una dimensión distinta de la compensación musical, ésta volcada del lado de la dramaturgia. El resultado es que a ratos parecemos estar asistiendo a Lady Macbeth de Mtsensk, de Shostakovich. Cómo viajar más sin salir de la misma ciudad.

No hay comentarios: