08 junio 2014

Paris era un vaso


Ampliamente consensuada la parte etílica entre Fitzgerald y Hemingway, asumido mutuamente el valor de la respectiva imaginación literaria, la obra póstuma del segundo se lee como una lucha por el polo opuesto de ambos acuerdos: el realismo. Si a mediados los años veinte del siglo XX, Hemingway había renunciado parcialmente al periodismo para intentar vivir, sin gran éxito, de sus cuentos, Fitzgerald llevaba años viviendo más que holgadamente de los que publicaba en The Saturday Evening Post. Cuando éste afirme escribir cada cuento en su “forma honrada” para después alterarlo y estropearlo a fin de encajar en el perfil deseado por su mecenas editorial, a Hemingway le parecerá obsceno el realismo de su compatriota. Más tarde dirá de él que no sabe beber, que su alcoholismo es inmaduro para tanto intento –“nunca imaginé que compartir conmigo unas pocas botellas de vino blanco iban a convertirle en un majadero”. Cuando Fitzgerald caiga enfermo durante un viaje y corresponda a Hemingway cuidarle, tendrá que padecer la mezcla afiebrada de inseguridad, narcisismo y victimismo que, quizá, alguien acostumbrado a convivir con justo esas virtudes en Zelda, ya no podía no reproducir, cuando era él quien necesitaba ser atendido. 

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