09 junio 2014

todo lo soñamos



No hace tanto que la historia del deporte español era la de un intento meritorio por sobreponerse a la superioridad con que según qué países dominaban repetidamente las competiciones internacionales. Alemania, Holanda e Italia se turnaban el fútbol, Estados Unidos hacía suyo el golf; Yugoslavia, Grecia e Italia acaparaban el baloncesto; Suecia y Estados Unidos el tenis, y así. Coronada la cima en todos ellos, ninguna parece hoy más predestinada que otra, dadas las veces que llamamos a las puertas en las décadas precedentes. La supremacía es tan irreal que dentro de pocos años, en algunos de los países que ahora caen, día sí, día también, ante selecciones de futbolistas, golfistas, baloncestistas o tenistas españoles, escribirán acerca de su ansiado triunfo cómo la tradición vencedora española fue, finalmente, derrotada. Pero será falso. Hablarán de una tradición que nunca existió. Solo un prodigio, que como sucede a veces en literatura, pintura o música, escoge concentrar sus más improbables frutos a la vez. En vísperas de los mundiales de fútbol y baloncesto, Nadal gana hace unas horas su noveno título en Roland Garros y es irreal hasta escribirlo. 

No hay comentarios: