22 marzo 2008

Y sin embargo es un aplauso lelo

Al albur de la reconstrucción, con dinero privado, de un añejo teatro, viene, por comparación odiosa, a lamentar ansón en el cultural 13.3 que “los poderes públicos, en un alarde de competencia abusiva, construyen, financian, promocionan, subvencionan, a costa de los impuestos pagados por todos los españoles, fastuosas salas teatrales que cuestan un ojo de la cara”. No estaría de más recordarle algún texto que hable de las excelencias del Teatro Real –el que publicó él la semana pasada, por ejemplo-, cuya restauración integral, y costosísima, fue sufragada como no podía ser de otra manera con dineros públicos. Bien conviene leer ese y otros textos al respecto, aunque sólo sea porque el que no va a poder ser hallado de ninguna manera es uno que hable de remodelaciones de espacios teatrales de esa envergadura financiados con capital privado, ni aquí ni en parte alguna. Los hay, por supuesto, más reducidos, y bien notorios –Lina Morgán es propietaria del desdichado Teatro de la Latina, y Moncho Borrajo lo es del no menos trágico destino a que abocado el Amaya. Es un pulso artístico muy concreto el que anima la ambición teatral de ambos espacios, tan financieramente respetable como creativamente degradado hasta lo ramplón permanente. Amplia ansón su filípica al ponderar el nuevo Teatro del Arenal como espacio “capaz de recoger el latido artístico de la ciudad”. Perfecto si viene el Arenal de programar un Mamet, y anuncia estos días un Shakespeare. Ojalá dure tanto como el acoso permanente de la regla a la excepción. Entiéndaseme: tan respetable sea arriesgar el propio dinero en programar teatro como lo es en vender zapatos o fabricar tapas de alcantarilla, cabría esperar de alguien bregado como ansón el separar la función del teatro que sirve para financiar chalets en la sierra –o una jubilación en Hawai, lo mismo da- del que, invertido en exponer textos de Lope, Bernhard o Sánchis-Sinistierra, tiene por función alertar la conciencia de quien asiste a él, y que esa es una labor necesaria con independencia de su rentabilidad. Escasa ayuda proporciona en esto el de la televisión pública que, nutrida del dinero de todos, compite además por el dinero de la publicidad sin renunciar al más abyecto desdén cultural o formativo que cabe exigírsele a un ente que también es responsable de la gestión de un ministerio de cultura cuyos esfuerzos van justo en dirección contraria de la que sigue el dinero que nutre la televisión. Compara ansón los 10 empleados del Teatro del Arenal con los 238 del Centro Dramático Nacional, y oculta que el esfuerzo de gestión del CDN nutre dos teatros, con dos salas cada uno. No sé si en esos cálculos entra o no el esfuerzo espléndido de la Compañía Nacional de Teatro Clásico, sus dos compañías estables, sus ojalá pronto dos sedes, concluída la remodelación del Teatro de la Comedia, sus giras que llevan montajes a donde, de tener que producirlos allí, sería imposible, y no porque las administraciones carezcan de dinero, sino porque se invierte, por ejemplo, en ese teatro de la estupidización vestida de patriotismo de barrio que son las televisiones regionales. Con diferencia abismal, el mejor teatro –lleno siempre, por cierto- que puede verse en Madrid es el pagado con fondos a cargo del ministerio de cultura o subvencionado por el ayuntamiento y la comunidad autónoma. Y ese es un logro a celebrar, el de que al frente del Teatro Español esté Mario Gas, al frente del CDN Gerardo Vera, al frente del CNTC Eduardo Vasco, al frente de La Abadía José Luis Gómez. Más aún, el “latido artístico” que, como parapeto del gusto, esgrime ansón es en esta ciudad, excluido el oasis, felizmente extenso, del teatro subvencionado y de media docena de salas privadas, un páramo a merced de la ramplonería y la más zafia versión del entretenimiento de masas, en que, por otro lado, es lógico y legítimo devenga la inversión privada en el producto que la masa sin duda demanda. Clama ansón por una administración pública liberal que estimule la empresa privada con, entre otras medidas, “ecos de propaganda en los medios de comunicación”. Donde escribe propaganda quiere decir publicidad, no lo sabe porque al parecer ignora que la propaganda es publicidad ideológica –religiosa o política, está en el diccionario- y que reclamar propaganda de los medios sería, pues, reclamar una información condicionada a razones políticas o religiosas. Visto donde ayer mandara y donde hoy es mandado, obvio que no entiende la diferencia.

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