18 marzo 2008
Y sin embargo es un aplauso honrado
Quejarse puede prestigiar en esa idea de que si para que te guste algo basta con cierta sensibilidad o un día bueno, cierto gusto que ni puede exigir saber muy claramente qué te gusta o porqué, para que no te guste algo se da por hecho has visto antes otras versiones, más afinadas, como si en la negación hubiera pruebas del conocimiento que en la aprobación no. Entre otras cosas sirve el pasado para eso, pero también para lo contrario y pudiera ser que lo que viste –aquello de lo que fuiste parte o simplemente contó con tu bendición- haya de avergonzar el presente si la manta que le crece a lo indigno es usada para aventar lo que ocultara. Escribe ansón en el cultural de el mundo 6.3, que mejor un Tío Vania de hace treinta años, y que pasable esta recién Gioconda, y sin dudar de que razón pueda tener, pues en 1978 estaba allí y uno no, el espacio afea el tiempo, exhumado su asiento preferente en el teatro obsceno y ramplón del franquismo que el periódico que él dirigió –verdaderamente dirigió- ensalzó y ayudó a sostener con un aplauso quizá no muy distinto al que, por esos días, ansón recompensaba a Chéjov o Ponchielli. Uno no aplaude igual el arte después de venir de aplaudir la castración de la democracia, como cabe esperar ha de quitar el apetito venir de un fusilamiento. Es al tiempo de un dolor bien visible y emocionalmente emboscado el montaje del Tío Vania que puede verse estos días en el María Guerrero (felizmente el gran Marcos Ordoñez escribe en El País 16.2 la demostración de que hay que ser lerdo para ver en la obra lo que ansón ve, y más aún para lo que no ve) , y a uno le pareció espléndida, alegre, vitalísima y bien cantada, la representación de La Gioconda que ha podido verse hace poco. El bien, el mal. Y las contadas formas de conocerlos de primera mano si quieres estar, con el tiempo, por encima de uno y de otro.
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