22 diciembre 2006

Que le corten la cadencia

En la versión de Idomeneo permitida, consentida, estos días finalmente en Berlín, la cabeza cortada de mahoma, hecha de cartón –como su cuerpo, el doctrinal incluido- que el protagonista ha de exhibir junto a las de jesucristo, buda y poseidón, es nueva, pues la semana pasada la primera de sus versiones desapareció de su cofre. Si uno quisiera evitar ofensas al catolicismo, sustraería la de cristo, asi que cabe suponer sea un creyente musulmán el que en este momento tiene una cabeza de cartón de su profeta sobre la mesa del salón, quizá junto a la fuente que guarda las manzanas. Es esa una visión que a uno le es igualmente perturbadora, y acaso de haber existido un cuerpo, también de cartón, el hurto daría para un altar en algún sitio. Hace años, del cielo bajó un profeta negro y con alas –un mirlo, para entendernos- que se coló por la chimenea, y reptó por el tubo hasta salir y revolotear por la buhardilla durante algunas horas. Finalmente abrimos la ventana y allí fue, quedaron sus admoniciones por suelo, edredón y estanterías. Y en el recuento de su paso por este mundo rodaron cabezas: cercano a la cama hay una hilera de figuritas chinas que reproducen, a escala mínima, las que se desenterraran en China hace no mucho. Puesto fino y si se me pregunta, andan allí –junto a mi cama- en la posibilidad de que el sueño del emperador que guardaran vigile, a escala menor –ya digo- los más humildes míos. En su vuelo profético –que para no variar, sucedió en ausencia de testigos- el mirlo enviado decapitó a una de las figuras chinas, y como resultado hoy ocupa un lugar destacado junto a mi cama, cuerpo erguido y cabeza a sus pies. Que es una forma como otra cualquiera de honrar la memoria de quienes dan su cabeza por defenderse de los dioses que entran en nuestras vidas sin ser invitados. Más o menos sobre mi cabeza hay una reja desde hace años que impide nuevas venidas, y sólo gracias a algo parecido a una reja policial se estrena Idomeneo hoy en Berlín. Mientras, en alguna parte de la misma ciudad un desdichado con dos cabezas se pregunta qué hacer con ambas, pero desdichadamente no por qué cada una de ellas exige para darse la inexistencia de la otra.

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