Tras un año de travesía nos encontramos en las mismas aguas que antaño. Esperando que llegue el voluble viento y nos empuje de nuevo... Si es necesario hacer balance podemos mirar bajo cubierta y encontrar en la bodega pocos tesoros y alguna baratija deslumbrante cuyo valor supera el del mercado por ejercer el magisterio de educarnos el gusto. Tal vez el mayor logro sea contar con la nave intacta a estas alturas, y con toda la tripulación expectante ante las noticias que pueda depararnos este curso intermitente y errante hacia Penélope, que nos espera al final, siempre, como la muerte. Y en este salado mar, en oleadas, me llega un claro olor a tierra y a ceniza...
Seguiremos el rumbo establecido por los signos. Seremos protagonistas y narradores de las leyendas que el ingenio nos dicte; el brazo, el alma y la voz de lo que se repite cada jornada de manera irreal. Porque no podemos hacer más... Un viajero de la isla perdida de San Borondón me dijo en una ocasión que la historia sólo es un libro frío y lapidario de acontecimientos ya escrito, mientras que en el arte, en cambio, palpita aún la vida. Esa es la misión que me encarga el destino para este viaje, avanzar con el ímpetu de quien no responde a ninguna razón, a ninguna bandera, a ninguna norma, y dejar que el oleaje obstinado del viaje nos vaya construyendo con los restos de anteriores naufragios... Buen viaje, capitanes, que el viento os sea favorable...
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