20 diciembre 2006

aires queridos, 4

Los aparcamientos de superficie tienen en Buenos Aires mayoritariamente un toldo que cierra el espacio como si creara espléndidas canchas de baloncesto a salvo de la canícula. No es mucho pedir si se tiene en cuenta que una de las librerías más grandes de la capital ocupa el espacio –reconocible- de un teatro y que en uno de las poblaciones anexas a la capital puede uno permanecer sentado en el centro de una cancha de baloncesto reconvertida hoy en un restaurante sin grandes pretensiones. Y con todo, son campeones olímpicos de baloncesto, alumbran escritores insustituibles, su cocina no es endogámica y no permiten aparcar en sus calles a pesar de que tienen las avenidas más anchas que uno haya visto. Como si de tanto espacio disponible, trasplantar un alma aquí y una allá ni se sintiera ni se padeciera.

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