27 diciembre 2006

del purgatorio

Muerto Piergiorgio Welby tras serle desconectado el aparato que mantenía su distrofia muscular progresiva en el limbo que se le negaba a él, la iglesia católica prohíbe funerales religiosos dado que “su voluntad de poner fin a su vida, afirmada de modo reiterado y público, es contraria a la doctrina católica”. Tal vicariato de Roma “no puede conceder tales exequias porque, a diferencia de los casos de suicidio en los que se presupone la falta de condiciones de plena prudencia y de consenso deliberado, en este caso era conocida, por cuanto afirmada repetida y públicamente la voluntad de poner fin a su vida”. Que viene a decir que el suicidio es un mero error de cálculo si llevado a cabo en el silencio más atroz, pero que expuesto a la luz pública se torna un pecado de conciencia sino lúcida, al menos iluminada. O que si bien el sufrimiento de puertas adentro –que cabe pensar, en la soledad del peso, más insoportable- es disculpable en tanto que de uno mismo y así discreto -quizás en ello equivocable-, basta pronunciarlo, compartirlo en vida, para que ello signifique automáticamente premeditación y alevosía. Es impensable imaginar el dolor de quien no puede pensar en alto lo que ha de hacer, y que se adjudique más comprensión a ese silencio –que no ha de desear ni el más convencido- o que se le tilde de ofuscado cuanto de culpable tiene quien sí lo expone antes de matarse ha de verse como un crimen más, sino fuera porque, como es habitual en la iglesia católica, apesta a suicidio de la ética, de la piedad y de la más elemental comprensión del dolor ajeno.

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