13 diciembre 2006

aires queridos, 3

La extensión de la ciudad puede trampear la proporción, el hecho posible de que se concentren en unas pocas –no tan pocas- calles, pero la apariencia en el paseo es que ésta es una ciudad de librerías y mujeres espléndidas, y en el cálculo presumo perderme una de cada no sé cuántas en el trance de leer el tránsito ubicuo de sus damas, que acá, en cierto dialecto de población recién metida en la hormigonera racial, se nombran “minas”. Y el cálculo empeora al considerar perdido el paso de cierta proporción de beldades por andar inmerso en librerías. En esa mezcla, con suerte en un mismo tiempo y espacio, de minas y su descendencia, la letra impresa, uno se quedaría a vivir aquí. Písame acá, donde la letrita –dice este tango sudado que uno baila colgado de las bolsas con que llega a casa cada noche.

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