28 marzo 2006

señalizacion interior

Como un escenario que fuera apenas un papel vegetal superpuesto al paisaje real, la colisión de razas que subyace en la premiada Crash de Paul Haggis oculta una forma de choque entre individuos de comportamientos muy diferentes entre sí, que ocurre en el interior de cada uno antes de afrontar la multiplicidad que habita -y lucha- en cada uno de los restantes seres humanos cuyo encuentro diario nos explica. Un policía con públicas trazas de racismo arriesga su vida por salvar una que agrede e insulta el intento de dejarse salvar, un delincuente que sugiere desentenderse de un atropellado escoge invertir el fruto de su trabajo en liberar esclavos, un policía que empieza la película en un extremo del ideal la acabará en el opuesto. Esa la colisión de que habla Crash: la que nos reúne dentro a todos los que, latentes, somos a la vez, esperando la oportunidad de existir, de asomar cuando, por un instante, el rasgo que nos domina olvida hacerlo. Es el espacio que se le concede lo que importa: si lo aceptamos como viene, eso comprometerá al resto de hombres que, más o menos avenidos, gobiernan nuestro interior. En la película están representadas las dos consecuencias posibles de esa irrupción: las que destruyen lo que éramos hasta ese momento y las que, aunque lo intentan, no lo logran. Acaso la más estremecedora de estas salvaciones sucede al oponer la víctima más frágil y desorientada a la más segura de sí misma, o lo que es lo mismo: al enfrentar a aquel más predispuesto a la llegada de los otros él con uno que es íntegramente, casi se diría que blindadamente uno. El guión dispara con balas de fogueo cuando ambos extremos chocan, y quizá lo hace para compensar algo que en la vida real no conlleva tamaña justicia: cuando muchos se enfrentan a uno, y éste se halla desarmado, a las armas de los primeros les sale el tiro por la culata. En la película eso salva a los dos, al que dispara y al disparado. Acaso porque, al igual que ha de suceder fuera de las pantallas, la confusión primero, y colisión después, que nos sucede dentro crea un culpable pero también una víctima, y si ambas asisten, detrás de los mismos ojos, a los crímenes, tal vez no es del todo injusto que ambas se acojan a los milagros.

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