26 marzo 2006

Espigón de poniente

He amarrado el barco en el espigón de poniente. La playa estaba vacía. Miro atardecer desde cubierta, sentado hacia la proa. Descanso los ojos en el agua que viene a golpear mansamente contra la quilla del barco. En el silencio de la tarde noto que estoy solo y cansado. He salido a navegar muy temprano.
Por la mañana he notado el aire de primavera soplando en las velas. Eso me ha llenado de esperanza y me ha dado ánimos. Era la primera salida después del invierno y me he notado inseguro y temeroso.
Hace un rato ha pasado un grupo de arroaces buscando las aguas más cálidas del interior de la ría. La manada avanzaba compacta, protegiendo a los más pequeños.
He dado el paso. Estoy aquí fuera, a la intemperie, con lo poco que tengo, con todo lo que sé y lo que no hice, dispuesto a empezar de nuevo, a seguir el viaje. Respiro al vaivén de la noche que se va instalando a mi alrededor.
Siento el peso del tiempo, pero me siento vivo.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

esa es una buena definición de sentirse vivo: sentir que uno sobrevive a lo que pierde, a lo que no alcanza. y que si, con todo, la vida parece sostenerse en esos intentos, es porque pudiera ser justo esos intentos.

Anónimo dijo...

...bonita travesía. y no hay vida sin viaje, la espera es el abandono

Anónimo dijo...

Si al final está el mar, vale.
Mientras, arena, rocas, orilla, resaca. Silencio.
Al final, las olas, suave y contínuo movimiento. Vale.