04 noviembre 2015

básicamente


Se estrena un documental sobre Corea del Norte y el embajador de ese país en España declara en una entrevista a El País que “las elecciones son básicamente una pérdida de tiempo”. Dirigida por Álvaro Longoria, y lo más meritorio, rodada en ese país, The propaganda game plantea la situación de un estado gestionado a la precaria luz de un bunker del comunismo. Son esos filamentos gastados los que muestran a gente confesar que no saben nada del exterior y, con la misma claridad, declarar que la culpa ha de ser forzosamente de Estados Unidos. El guía -un español afincado allí que corea los eslóganes oficiales, y a menudo ridículos de puro infantilismo político- pone lo mejor de sí mismo en manejar datos que solo a la luz de una habitación en penumbra se sostienen, pero sonroja verle mentir delante de los alumnos de un colegio al afirmar que en sus conferencias por el mundo logra adhesiones plenas como las que son obligatorias en ese país, cómo la respuesta más común es envidia general ante los logros de Corea del Norte, una suerte de envidia automática y mundial. Mentir más que el más mentiroso es una actitud dudosa para ganarse el respeto, y el conflicto con Estados Unidos, que no puede ganarse en chantajes, miedo inoculado o dinero con el que comprar voluntades en la ONU, aspira a ser ganado en patrañas pueriles, algunas de las cuales, como resalta Longoria, compiten sin problemas con las políticas de matón de Estados Unidos allí donde arriba. El chantajismo nuclear tiene jugueteros mezquinos por doquier –China, Rusia, Estados Unidos, Israel o Pakistán- y la diferencia con Corea del Norte está en ese detalle básico que el embajador podría haber explicado mejor de poder permitírselo: cómo las elecciones solo son una pérdida de tiempo si los candidatos a gobernar un país son igual de patéticos, porque entonces el resultado es el mismo sea el que sea. Siendo cierta apenas una décima parte de las noticias sobre ese país que llegan al nuestro, se entiende que un país sostenido por el culto exacerbado al líder, incluso descontada la pésima iconografía totalitaria que rezuma, no pueda permitirse un plan b a expensas de que por la rendija abierta se cuele la luz capaz de crear una sociedad informada, capaz de exigir cuentas y no solo cuentos. Vista la inmensa pobreza que lastra los pies de muchos de esos países con plena capacidad nuclear, no ha desdeñarse la capacidad humana de preferir una arcadia sorda y ciega donde ciertos derechos garantizados compensen la reducción al mínimo del conocimiento y la reacción crítica. Cada reducto del comunismo postrero ha creado su propia puerta por la que salir del mundo y entrar a él al mismo tiempo. La de Venezuela no es comparable a la de China, la de Rusia a la de Cuba. El elemento común es la precariedad y una bolsa negra de alta burguesía creada a la sombra de negocios levantados con información privilegiada y financiación estatal en muchos casos. Por eso la pregunta que se hace Longoria -de dónde sale el dinero- acaba contando de Corea del Norte lo mismo que del resto del mundo: que la estupidez dirigente –véase el partido republicano estadounidense, el partido popular español, o la ultraderecha italiana o francesa- solo puede aspirar a una vida tranquila si la financiación de sus bases es mayor que las preguntas que se hacen. Coincidiendo con su tiempo en cines, diez trapecistas norcoreanos actuaban en Madrid a finales de 2015, prisioneros de un carromato bunker. Hablar con ellos estaba prohibido sin el permiso de su embajador, el sabio arriba citado. De ir al cine ni hablamos.

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