04 marzo 2015

Looking for Birdman



Apenas seis años después de encarnar por tercera vez al cabeza de familia de una saga mafiosa en El padrino, Al Pacino abordó en su documental Looking for Richard el combate entre el ingente esfuerzo que supone para quienes suben a un escenario una obra de Shakespeare hoy día, y el desdén o la ignorancia general de quienes se espera que asistan a ello. Valiente ya desde el tema elegido, ágil y ameno, no poco vanidoso por momentos, más autocomplaciente de lo que sus materiales daban de sí, y nutrido de actores de primerísimo nivel –él mismo, Kevin Spacey, Penélope Allen entre otros- acaba contando esa distancia clásica entre ofrecer y sentarte a esperar la demanda, y no lo que habría dado más enjundia al tema –por qué intérpretes que nadan en prestigio y dinero se esfuerzan en combatir la indiferencia cultural con un arma de filo tan inactual al público moderno como sea Ricardo III. No por obvia la respuesta –del público de cine se espera su dinero, y del que acude al teatro, su inteligencia- la apuesta personal de un actor de éxito mundial por el teatro del XVI permite, a ojos del público al que debe su fortuna, una pregunta mejor, más honda sobre los porqués del arte interpretativo, que es también la del texto a cuyo servicio estás, la de la crítica que puede hacer pagar aquí lo que allí no lograra (qué crítica de una película de superhéroes impide a ésta una recaudación millonaria en todo el mundo), o más íntimamente si se quiere, la propia lucha de uno mismo contra su autoestima profesional, o incluso la visión que el círculo personal más cercano proyecta sobre la parte más valiosa de semejante salto al vacío sin necesidad –la que valora o no el intento, la perseverancia, el valor, el ponerse a prueba.
Lo que Alejandro González Iñárritu viene de plasmar en Birdman dos décadas después se parece mucho a la lista de deberes cumplidos que Al Pacino dejara pasar. Y mucho más: una mirada veraz y doliente sobre el ego, el sacrificio y la gratitud pura que involucran el esfuerzo de subirse a un escenario; un poderosísimo retrato de lo despiadada y respectivamente maravillada que puede ser la presencia del prejuicio y la revelación en manos de un crítico que siente deudas pendientes hasta el punto de responsabilizar en un simple acto (abandonar el éxito fácil, arriesgar) la voluntad de muchos, si no de todos por trasladar en ese tránsito la exigencia de un éxito fácil, banal. Que además, peor aún, impide la posibilidad de que otra persona aspire a un éxito mejor, más esforzado, más digno del sagrado nombre del teatro. Y a la que no es ajena la forma en que, defendiéndose del etiquetado previo y automático, que el crítico adjudica al actor de éxito, éste reacciona catalogando cada atributo del discurso teórico del crítico como una etiqueta más, un resumen pueril de ideas complejas reducidas a su dibujo de engarce sabido.
Y que no poco se parece a la relación del protagonista con la voz que solo él oye, en ese juego con el delirio íntimo, acaso patológico, que un actor pacta con su personaje. Entre guiños que parecerían serlo a Looking for Richard –el mendigo que aquí declama a Macbeth, tan el que allí es la presencia más poderosa de la película-; el que, casi literalmente, oculta en ese superhéroe de alas de pájaro la voz del Batman de Christian Bale; la visión más patéticamente arrogante y descerebrada recae, no en el personaje de Michael Keaton, sino en el que encarna Edward Norton. La lección que emana cada una de sus crueldades es cuán dentro de cada proyecto, como dentro de cada uno, conviven siempre los dos lados –Birdman y el protagonista de un relato de Raymond Carver; el que se observa a sí mismo en el éxito y en la caída; el que lleva la vitalidad teatral al cine, y el que trae los recursos de éste a la inmediatez y la prisa de los escenarios. Cómo, seas actor o crítico, madre o hija, productor o espectador, la voz que solo escuchas tú podría estar ahí desde el día en que tú iniciaste la conversación. 

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Esto...¿y la peli te ha gustado?

uliseos dijo...

mucho.

solo que uno es raro, y le importa menos eso que lo que ve en ella.

gracias por preguntar.