22 marzo 2015

a solas



Dos son las bazas con las que Negociador se sienta a la mesa: el intento de crear empatía a nivel personal por parte del delegado gubernamental, y lo escaso de una narración que, desde el cine, haya aportado al proceso de paz, como a la transición, alguna pista de qué se perdió en el camino y si se puedo ganar mientras se perdía.
También es el retrato de la soledad humana, del desamparo relativo sea cual sea tu papel: desde el ministro de interior al negociador, desde los asesinos enviados a pactar una declaración, a la propia traductora, todos parecen estar perdiendo algo a solas mientras se sientan a averiguar si ganan algo en común. El destilado humorístico es de rejilla fina, aunque sea finalmente el trazo grueso y no la ironía lo que la concentra. Y se agradece, porque va a favor de la historia posible y no de la probable. Poca ironía imagina uno en esos años de extorsión y matanza amparada en la complicidad de los propios gobiernos vascos del pnv. Qué si no humor negro es leer la defensa de la identidad vasca en boca de arzalluz o Ibarretxe en esos años en que eta se resguardaba en ella para hacer el trabajo sucio a ese nacionalismo de Pilatos que alfombra la historia democrática en esa comunidad autónoma.
Y con todo, las tres situaciones cómicas que se permite el guión siguen pareciendo algo raras dado el tono general de la historia, en el que estremece recordar, tras el rostro de Carlos Areces, el del sanguinario Thierry el día de su detención. De las tres, solo una es ficción desaforada, puro gag –cuando éste último es confundido con un escolta. Pero son los dos restantes los que concentran la verosimilitud de toda conducta humana, sea cual sea tu trabajo o nacionalidad: la prostituta que acaban compartiendo las dos partes de la negociación; y sobre todo, para escarnio verosímil de la parte etarra, cuando la frase más solemne con que parece pactarse la declaración conjunta, resulta una línea escuchada la noche antes en televisión, inserta en una mala película de las que olvidas nada más verla. Que el cuerpo ideológico de un asesino, y de sus encubridores legales, salga de la mezcla de una noche de insomnio y materiales de desecho es pura realidad inserta en corteza de ficción. Humanizar hasta el extremo al negociador gubernamental –desaliñado, torpe, despistado- es la pátina de verdad que acaba volcando el patetismo general en un envoltorio de relato documental.

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