Como en Thomas Bernhard y eventualmente en Beckett,
representar a Pinter equivale a afrontar la calidad del odio latente frente al
que las convenciones sociales permiten. Escoger uno de esos dos lugares –el de
la confrontación exasperada, o el de la impasible destrucción mutua- es tan
frecuente como escoger un punto equidistante entre ambos voltajes. En tres
lugares a la vez puede estar Pinter sin dejar de ser él. Hace apenas unos meses
la compañía belga tg STAN traía a la Cuarta pared una versión magnífica de
Traición, a la que, de puro calma, no le importaba lo más mínimo parecer una mera
lectura del texto el primer día de ensayos. Y de no imprimir los respectivos
programas de mano el nombre de Pinter, pocos dirían que el Invernadero que
dirige Mario Gas estos días en La Abadía, y el Regreso al hogar, que Irina Kouberskaya
en Tribueñe, son textos del mismo autor. Volcánico éste, atrapado en una transustanciación
fatal con Miguel Mihura aquel, ambos podrían ser justo lo contrario: el de Gas,
nervioso más allá del tono iracundo en manos de Gonzalo de Castro; el de Kouberskaya,
apacible como un Tennesse Williams (al que no poco recuerda) filtrado por
agotamiento del alcohol disponible. Pero incluso desbordado de una pulsión malsana
que corroe cada frase, al límite del agotamiento ya desde el principio, la
versión de Regreso al hogar es un Pinter más reconocible que el que, en
Invernadero, solo Tristán Ulloa sugiere lo que podría haber sido un camino más
espectral. Uno cree que Pinter se reconocería más en la jauría adiestrada por Kouberskaya
para devorar viva al personaje que interpreta Rocío Osuna. Tan poderosamente
crispado el entorno de esa casa a la que regresa el hijo pródigo con su mujer,
que incluso ésta, cuyo poder se diría reside apenas en los trozos que deciden dejar
de ella, conserva, en el montaje, ascendencia suficiente para manejar los hilos
desde abajo. Y no es poco dado que el volumen de la voz de Fernando Sotuela y David
García parece dirigirse también a sus antepasados, esté donde esté la tumba. Una
transfusión de energías –menos allí, más aquí- acaso beneficiaría a ambos.
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