03 marzo 2015

entre el hogar y el invernadero


Como en Thomas Bernhard y eventualmente en Beckett, representar a Pinter equivale a afrontar la calidad del odio latente frente al que las convenciones sociales permiten. Escoger uno de esos dos lugares –el de la confrontación exasperada, o el de la impasible destrucción mutua- es tan frecuente como escoger un punto equidistante entre ambos voltajes. En tres lugares a la vez puede estar Pinter sin dejar de ser él. Hace apenas unos meses la compañía belga tg STAN traía a la Cuarta pared una versión magnífica de Traición, a la que, de puro calma, no le importaba lo más mínimo parecer una mera lectura del texto el primer día de ensayos. Y de no imprimir los respectivos programas de mano el nombre de Pinter, pocos dirían que el Invernadero que dirige Mario Gas estos días en La Abadía, y el Regreso al hogar, que Irina Kouberskaya en Tribueñe, son textos del mismo autor. Volcánico éste, atrapado en una transustanciación fatal con Miguel Mihura aquel, ambos podrían ser justo lo contrario: el de Gas, nervioso más allá del tono iracundo en manos de Gonzalo de Castro; el de Kouberskaya, apacible como un Tennesse Williams (al que no poco recuerda) filtrado por agotamiento del alcohol disponible. Pero incluso desbordado de una pulsión malsana que corroe cada frase, al límite del agotamiento ya desde el principio, la versión de Regreso al hogar es un Pinter más reconocible que el que, en Invernadero, solo Tristán Ulloa sugiere lo que podría haber sido un camino más espectral. Uno cree que Pinter se reconocería más en la jauría adiestrada por Kouberskaya para devorar viva al personaje que interpreta Rocío Osuna. Tan poderosamente crispado el entorno de esa casa a la que regresa el hijo pródigo con su mujer, que incluso ésta, cuyo poder se diría reside apenas en los trozos que deciden dejar de ella, conserva, en el montaje, ascendencia suficiente para manejar los hilos desde abajo. Y no es poco dado que el volumen de la voz de Fernando Sotuela y David García parece dirigirse también a sus antepasados, esté donde esté la tumba. Una transfusión de energías –menos allí, más aquí- acaso beneficiaría a ambos. 

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