Un día antes de que Jordi Savall reciba el Premio Nacional
de Música, uno de sus conciertos magníficos alumbra en el Auditorio Nacional la
vida de El Greco en 23 episodios, que en el programa aúnan el autor, de haberlo,
del motete, la danza, el madrigal o el villancico, con el momento histórico al
que representan. El ascenso al trono de Felipe II, la expansión y contracción del
imperio otomano del XVI, la expulsión del moriscos a principios del XVII se
turnan los mismos instrumentos musicales con la naturalidad con la que el
tiempo largo de los siglos contrae los acontecimientos más dispares hasta
fundirlo en épocas fácilmente reconocibles. Para ilustrar la masacre de 1571 en
Saint-Barthélemy, inserta en la guerra de religiones en Francia, un salmo de
Claude Goudimel imita lo anterior y reduce a dios a un general al que exigir
tanta sangre ajena como amor a lo propio –“Pleitea
contra mis pleiteantes,/ ataca, Señor, mis atacantes,/ empuña el escudo y la
lanza,/ y avánzate para socorrerme./ Carga contra ellos, marcha al frente,/ impídeles
seguir adelante./ Dile a mi alma: Alma, soy yo/ aquel que a ti puede
protegerte./ Por el oprobio sea perdidos,/ sean tumbados y confundidos/ todos
los que persiguen mi vida/ y todos los que a mi ultraje aspiran./ Que sean como
el polvo que es/ por el viento echado donde quiere:/ que el ángel del Dios
omnipotente/ sin tregua los vaya persiguiendo./ Todos los caminos les
resbalen:/ por caminos negros y sombríos/ el ángel de Dioa de sitio en sitio/
los persiga siempre y les dé caza./ Porque con traición me dispusieron/ sus
artificios en una fosa:/ sus artificios, digo, a traición/ prepararon para
darme muerte”.
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